domingo, 31 de agosto de 2008

TIEMPO

*diccionario Subjetivo
tiempo

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·tiempo: Medio imaginario en que transcurre la sucesión de los cambios, los fenómenos y los hechos de todo lo existente, y cuya unidad de medida fundamental es el día. (M.Seco, O.Andrés y G.Ramos,"Diccionario del Español Actual", Madrid, 1999)

·tiempo: transcurso, intervalo, era, edad, lapso, duración, fecha, término, trecho, período, etapa, plazo, fase, fracción, época, proceso, instante, vez, turno, ritmo, suceso, momento, rato, evo, héjira (Diccionario de Sinónimos Oceano-Langenscheidt)

·time (inglés); temps (francés); Zeit (alemán); tempo (italiano); tempus-oris(latín)





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¡Tanto se ha escrito y pensado sobre esta palabra (y sus múltiples significados) que ya da pereza agregar algo más! Sin embargo no trataré aquí de dar una nueva perspectiva ni explicar en que consiste, cosa difícil porque aunque todos sabemos que el "tiempo pasa" pocas veces reparamos que es lo que "pasa"; aunque probablemente la respuesta más sencilla (y también más ambigua) sería responder "todo".

Quizá el tiempo sera una ilusión, la ilusión más permanente y consistente, pero en la práctica exista o no esa dimensión el hecho es que la sentimos como una presencia constante. Una presencia indicada por el reloj, los sentimientos y los recuerdos. El primero indica que no es la misma hora de hace unos minutos, las emociones indican que lo estamos pasando bien o nos aburrimos como ostras y los últimos señalan la vivencia del "tren expreso", nos alejamos a gran velocidad de aquellos hechos que en su momento nos parecieron eternos. Lo que pasó hace pocos meses ya se percibe como antiguo y lo que sucedió hace años, parece de otra vida reencarnada.

Me animo a aventurar lo siguiente: la carencia mayor de la persona contemporánea occidental... es la falta de tiempo. No hay tiempo para todo; para todo lo que hay que hacer, para todo lo que se desea hacer. Cuando Jean Louis Servan-Schreiber escribe "Como todas las cosas importantes de la vida, en la escuela no se enseña a utilizar bien el tiempo" (1) se dirige a esta necesidad insatisfecha, porque como sigue escribiendo el mismo autor: "Mucho más que el dinero, el tiempo es vida: no podemos resignarnos a un malestar que mina a la vez nuestra eficacia y nuestra serenidad (...) Tu próxima conquista es evidente: la de tu tiempo (...) merece la pena, porque lleva a la conquista siguiente, aún más hermosa: la de la sabiduría." (2)

Servan-Schreiber acepta el tiempo como real, considera que debemos cuidarlo y vigilar su flujo y que ese cuidado nos lleva hacia un nivel superior donde se encuentra un tipo de conocimiento especial, el que hace a una persona sabia. Creo que tiene en parte razón, aunque no es nada fácil determinar si se puede hacer algo con el tiempo, o si al hacerlo, inconscientemente sentamos las bases de nuestra infelicidad (algo que, por su propia naturaleza, parece antagónica de la sabiduría).

Toda la argumentación del autor que cito se centra en las mil y unas maneras de "perder el tiempo"; como se nos escurre en tareas insignificantes, repetitivas y sustancialmente más planificadas. Da consejos para evitarlo. Sin embargo uno se queda con la sensación que siguiéndolos puntualmente es posible que no estemos mejor que antes. Es posible que se hagan muchas más cosas... pero hacerlas no es garantía de nada. Más allá de éstas, surgen otras, y otras más están esperando asomar su cabeza. La fila de tareas que deben (o que complacen) realizarlas es infinita. Ni la mejor organización del tiempo las liquidará. Y esto es algo que descubre el hombre contemporáneo con la sofisticación de sus métodos de control: siempre queda algo importante por controlar. Algo que está más allá de los procedimientos y la tecnología actual.

En la vida de una persona (probablemente de "toda persona") hay ciertos momentos especiales que se caracterizan porque la cuestión del "tiempo" se hace acuciante. Son situaciones de coyuntura, intersticiales. Épocas que anuncian cambios importantes de actividad. Una de éstas podría ser el "fin de los estudios" y la inserción en el mercado laboral; otra, simétrica, sería el fin de la actividad productiva que anuncia la jubilación. Hay otros momentos tambien de similar significación: tienen que ver con grandes cambios en la vida (casamiento, nacimientos, mudanzas, divorcio, aparición de enfermedades crónicas, etc.). En cualquier caso todo individuo, si vive lo suficiente, abordará en su vida momentos donde el "¿qué hacer?" y "¿cuánto tiempo dedicarle?" pasa a ser materia de indagación prioritaria.

La organización del tiempo oscila entre dos peligros: mucha es ineficaz o lleva a la angustia constante y poca puede ser agradable en el primer momento pero conduce a la frustración y por lo tanto a una angustia larvada, subterránea, pero no menos letal. El problema aparece cuando la persona que reflexiona sobre este asunto descubre que el "termino medio" no existe. No hay forma de planificar "lo justo". Sólo cuando se cae en el exceso es cuando se advierte que deberíamos deternos antes. Y la corrección tampoco es fácil, porque carecemos de la paciencia y del espíritu de investigación para luego de sucesivos ensayos y errores obtener una medida razonable de lo que debe ser calculado y lo que debe ser librado a la espontaneidad del momento.

La lectura atenta de las recomendaciones que dan diferentes autores para gobernar nuestro tiempo muestran que todos los consejos adolecen del mismo defecto: no hay forma de imitar lo que otro ha hecho en la materia. El descubrimiento que el tiempo no es una tela o un objeto externo, o personal pero en la periferia, es el más preocupante para quien reflexiona sobre esta cuestión. Poco a poco adquirimos la certidumbre que el tiempo es "medular", está en el corazón de nuestra mente y no hay forma de aplicar modelos externos que son bonitos pero que no se ajustan en nada a los ritmos íntimos que nos agitan y nos controlan.

Dicho con otras palabras. Todo lo que leamos sobre esta cuestión pueden entretenernos, puede darnos la ilusión que estamos más cerca de entendernos y por lo tanto de alcanzar cierta sabiduría. Pero es una ilusión. Pocos dias después, si llegamos a acordarnos de algo de lo leído o escuchado, está acompañado de la sensación paralela que todo eso es "agua pasada" y que resulta anacrónico para nuestro estado actual. En suma, no nos ha servido de nada.

¿Cómo se resuelve, luego, el problema antes mencionado? ¿Aquel que aparece en algunos momentos cruciales de la vida y que obliga a pensar sobre el tiempo como un recurso escaso? En la práctica se resuelve sin tomar decisiones; las presiones exteriores van modelando nuestro tiempo como la lluvia, el viento, el granizo y la nieve modelan las montañas. No tomamos decisiones (o las tomamos y luego no nos acordamos de ella, lo que viene a resultar igual); las cosas suceden y luego buscamos alguna dirección como si hubieramos elegido precisamente esa, el plan que se imagina por debajo de los hechos cáoticos.

¿Es posible otra alternativa? En un sentido visible, evidente, cuantificable... sí; pero es muy costosa. Se trata de imponer un método y unos límites a las presiones externas y a las apetencias corporales. Un límite, unos horarios, una disciplina en suma. Todo eso es posible y en este momento hay millones de personas que lo están haciendo. Sólo que el proceso no conduce, como decia el autor del principio, a la sabiduría, sino a una "vida activa", lo cual siendo interesante no tiene nada que ver con esa cualidad que se anunciaba. Una vida activa es una vida intensa, pero nada más. La sabiduría implica un resultado de equilibrio, de armonía, y de bienestar en suma, que casi nunca es el resultado de una vida intensa. Más aún, ésta parece una manera de postergar los problemas existenciales para épocas de mayor tranquilidad. Epocas que cuando, al fin, aparecen, no tienen precedentes, no hay experiencia para aceptarlas y dejan, por lo tanto, un gran vacío existencial como resultado. El resultado de una vida activa no es mayor sabiduría, ni mayor experiencia para enfrentarse con los problemas existenciales sino todo lo contrario. Una vida activa es completa en si misma, y cuando se acaba... llega el vacío; un vacío que siendo radicalmente nuevo, no tiene el respaldo de ninguna experiencia que le sirva de colchón. Esto lo aprende cualquiera que, por razones permanentes o temporales, interrumpe su vida cotidiana.

No hay conocimiento sin práctica. Todo conocimiento real es simultáneamente una práctica donde se lo utiliza y se lo vive. No hay conocimiento del tiempo sin la práctica del sentir el tiempo. Esa práctica lleva su tiempo, y hace gastar tiempo. Tiempo contemplativo, si se quiere; o tiempo reflexivo, dicho con palabras más contemporáneas. La práctica de sentir el tiempo incluye, según veo, la necesidad de detener la acción y la agenda de prioridades. Suspender el juicio de los efectos para sentir el proceso como tal.

Obviamente una práctica de esta clase es lo antagónico de la vida activa, y probablemente no sea recomendable para quien desea alcanzar objetivos importantes. ¿Seguro? ¿No será que el árbol muchas veces es tan opulento que tapa el bosque más lejano? Si la calle es solitario se advierte su orientación, hacia donde se dirige con gran claridad; si esa misma calle está repleta de personas, de chiriguitos con vendedores callejeros, la dirección general sigue estando pero los detalles son poderosos y hacen que la mente vague entre ellos olvidándose del trazado global. Es la misma calle, en el primer caso el vacio la llena, en el segundo la multitud la vacía. Algo así sucede con nuestro tiempo. Me parece.

Carlos Salinas
Barcelona
mayo 2002





Notas:
(1) J.L.Servan-Schreiber. "El Arte del tiempo". Espasa-Calpe, Madrid 1985, pag. 11.
(2) ibidem, pag. 12.



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