sábado, 10 de octubre de 2009

PERO,¿EN QUE CONSISTE EL ESTILO"PINTER"?

Podemos decir que parte de la obra de este autor se puede calificar de un “absurdo” inundado de realidad reconocible como una sutil voz contemporánea. La mayoría de sus obras suceden en espacios cerrados, con pocos personajes. Esa “vanguardia”, asentada en lo más cotidiano, se convirtió luego en un “teatro político” donde trata temas como la tortura o la opresión lingüística. Ya en las obras finales de Harold Pinter, se produce un cambio en su forma de escribir, aparecen monólogos absurdos, diálogos de sordos, el silencio caracterizado por el “torrente de palabras”.

Harold Pinter, forma parte del grupo de autores que transformaron la dramaturgia inglesa contemporánea. Un artista polifacético. Él mismo llegó a describiese como "dramaturgo, director, actor, poeta y activista político". Ha trabajado, durante años, como actor y director teatral. Ha realizado guiones de cine, de televisión y de radio.

Desde su aparición en los escenarios ingleses a fines de los años cincuenta, Harold Pinter ha sido un “bicho raro”, un autor difícilmente clasificable. Sus primeras obras tienen un aroma “experimental” y parte de la crítica le destaca precisamente por un supuesto “simbolismo” que le emparentaría con los vanguardistas parisinos.

La crítica no se decide a emplazarlo en un tipo de teatro y el mismo Pinter tampoco da pistas de dónde se encuadraría su obra, por lo que no queda más opción que dejar de lado la batalla de las etiquetas y mirar sus obras como piezas únicas que adquieren un significado en el momento de la representación.

Leyendo sus textos, y después de tener el privilegio de haber contemplado, como espectadora, alguno de sus montajes, me parece reconocer en sus piezas el aroma de la vida cotidiana, producido siempre desde el punto de vista del individuo.

Son obras, autobiográficas, sus abuelos eran emigrantes judíos que huyeron de la persecución en Polonia y Odessa, con personajes amenazantes que intentan arrebatar el hogar y la tranquilidad a unos protagonistas, que sienten miedo a perder su identidad, su entorno social, sus propiedades. Se centra, por tanto, en el discurso del personaje como ser humano y en sus relaciones con los demás.

Lo característico en Pinter es la utilización de la palabra y la no palabra. Para Pinter el lenguaje es "una estratagema constante para esconder la desnudez". Las pausas, los silencios y los puntos suspensivos en el discurso evitan su continuidad, y debajo de esa discontinuidad se esconde todo aquello que los personajes no quieren decir o se autocensuran. Las palabras y el lenguaje son engañosas, son manipuladas por el personaje. El mismo Pinter reconoce que las pausas y silencios conceden a sus obras un halo de misterio, pero sin otorgarles un carácter metafísico como en el caso de Beckett. Se trata sólo de pausas psicológicas que sirven para dotar a las palabras de una profundidad subtextual.

Su activismo político y declaraciones públicas en contra de la guerra podrán hacer pensar que el autor utiliza a sus personajes para expresar su opinión política, como hacen sus contemporáneos Osborne, Arden y Wesker, la llamada generación de los “jóvenes airados”. Sin embargo, Pinter está más interesado en la situación cotidiana a la que el individuo se tiene que enfrentar cada día, y no le importan tanto los grandes retos sociales.

Discuro de Harold Pinter en la entrega del premio Nobel.

Pinter ha afirmado a lo largo de su carrera profesional que sus obras no tienen una segunda lectura, sino que se encuentra con personajes que existen y con situaciones hechas. “Lo único que hago es llenarlas de palabras”, afirma. Aunque estas situaciones sean desconocidas al principio, se transforman en situaciones familiares al final.

Desde este punto de vista, este autor se anticipa a la preocupación por la pragmática del lenguaje que rescatan en los años setenta los dramaturgos que recuperan la palabra, como Mamet, Koltés o Strauss. Sus personajes son seres hablantes, que reproducen las vacilaciones, las pausas, los lapsus, las repeticiones, personajes que encontramos todos los días, lo que no les impide elevarse sobre lo coloquial en una misteriosa operación que convierte en discurso poético el habla callejera.

También Pinter va por delante en cuanto al tratamiento de “la verdad” sobre el escenario. El famoso principio de incertidumbre parece alimentar muchas de sus obras. A menudo el espectador se queda perplejo, sin saber qué está ocurriendo realmente. ¿Cuál es la verdad de la historia? ¿Estarán mintiendo los personajes? Y el texto se niega a dar una respuesta contundente. Según el autor,”no hay una distinción clara entre lo real y lo irreal, ni tampoco entre lo verdadero y lo falso”.

Ahora más que nunca, tal como afirma la doctora Mª Jiménez Fortea en su tesis doctoral Harold Pinter: Entre la convención y el absurdo cotidiano, Valencia 2003, debemos acercarnos a la obra de este autor contemporáneo sin temor, prestando atención al Pinter que avisó que sus personajes y sus obras no intentaban representar alegorías de ningún tipo, sino que, desde su posición de autor, se limitaba a escuchar a la gente, a poner esas conversaciones sobre el papel y luego sobre el escenario.

Publicado en el 3 de enero de 2009 en la Revista Semnal de Ciencia y Cultura 2C nº 416 de La Opinión de Tenerife


Escrito por nuevasdramaturgias el 01/05/2009 01:05 | Comentarios (0)

POR LA MUERTE DE HAROLD PINTER
El pasado 24 de diciembre falleció, a los 78 años, Harold Pinter, uno de los dramaturgos más destacados del siglo XX, el “enfant terrible”, un luchador en el terreno artístico y político, toda una institución en el teatro inglés. Tenía una personalidad arrolladora: se opuso al gobierno de Margaret Thatcher, rechazó el título de "sir" porque le parecía "sórdido" y el cáncer de garganta contra el que luchaba no silenció su voz oponiéndose a la guerra y a favor de los derechos humanos. En 2005 recibió el Premio Nobel de Literatura con un polémico discurso. En 2006 se despide de los escenarios con su interpretación del monólogo La última cinta, de Samuel Beckett. En 2007 estrenó el filme Juegos macabros con guión suyo y actuaciones de Jude Law y Michael Caine.

Conocí la obra de Harold Pinter gracias a Barcelona y su afán por traducir y montar autores contemporáneos con obras que rompen con las convenciones aceptadas por el teatro español, más cercano al drama del siglo XIX que al de su tiempo.

José Sanchis Sinisterra es uno de esos maestros que saben potenciar lo bueno, indagar en conceptos, entregarse a proyectos utópicos, como la Sala Beckett, y difundir lo que aprende con gran generosidad. Él fue uno de los que ha hecho posible que hoy Harold Pinter no sea un desconocido en el mundo de la escena española.

De la mano de importantes dramaturgos españoles como José Sanchis Sinisterra, Carles Batlle, Joan Casas o directores como Joan Castells, me adentré en el mundo envolvente de Harold Pinter.

La primera obra que leí fue La Traición, una obra basada en el mito de la infidelidad y el engaño. La historia de un triángulo amoroso que se cuenta a través de situaciones aisladas, comenzando por el final, y que irá retrocediendo en el tiempo a medida que transcurre el drama. Pude entrar en la obra también como actriz, trabajando los diálogos que son todo un reto a la hora de interpretarlos. Los puntos suspensivos, los silencios, las pausas, los saltos temporales son tan profundos, que la obra se mueve entre espacios vacíos que el espectador debe rellenar. Los personajes hablan entre líneas. El texto, más que basarse en la evidencia de lo dicho, se fundamenta en lo no-dicho. Algo que Pinter maneja con maestría.

Le siguieron las tres últimas obras que escribió Pinter, Landscape, Silence y Night, donde se van sucediendo los diálogos sordos, como un “tira y afloja” entre los personajes protagonistas que son incapaces de escucharse y, por tanto, no reaccionan ante el rencor que subyace en los diálogos. Esto produce cierta incomprensión e incertidumbre de los espectadores sobre las situaciones, que evita su pasividad.

Night, una de mis obras preferidas, plantea una situación concreta en la que se representa a un matrimonio que no consigue ponerse de acuerdo sobre su primer recuerdo común. Cada cual describe con todo detalle su primer encuentro sin coincidir en los elementos que relatan. Es un bucle que nos lleva a dudar sobre la verdad de una relación idealizada que se mantienen durante tantos años.

Otras obras como El montaplatos, El Amante, El cuidador, La colección o sus Sketches de revistas, un curioso conjunto de piezas breves y punzantes, son textos de cabecera que releo continuamente y que forman parte de la selección de obras imprescindibles en mis clases de dramaturgia.

Las primeras lecturas de Pinter tuve que hacerlas en catalán, pues no se había traducido, y aún hoy, las publicaciones de sus obras en castellano, de la editorial Losada, son traducciones difíciles de entender por la utilización de vocablos y expresiones propios de Argentina.

A pesar de las dificultades, la obra de Harold Pinter ha representado una fuente de inspiración constante para los dramaturgos españoles del siglo XX y continuará siéndolo para los del siglo XXI.

Publicado el 3 de enero de 2009 en el la Revista Semanal de Ciencia y Cultura 2C nº 416 de la Opinión de Tenerife





Escrito por nuevasdramaturgias el 01/05/2009 00:56 | Comentarios (1)
Nuevas dramaturgias
Blog de Isabel Delgado Corujo, actriz, dramaturga y directora de teatro