NADIA ADAME: SIN BARRERAS PARA LA DANZA
Hernán Zin
Camino por una angosta callejuela empedrada del barrio madrileño de Lavapiés hasta dar con la dirección que estoy buscando. Como la entrada está abierta, me cuelo en el edificio y recorro un lóbrego pasillo flaqueado por puertas decrépitas y paredes con la pintura descascarada. El tenue sonido de una composición clásica guía mis pasos primero hasta un patio y después hasta una sala en la que, junto a otras tres bailarinas, Nadia Adame repasa la coreografía de su último espectáculo.
Haciendo un esfuerzo por no interrumpirlas, entro lentamente y me siento contra una pared. De espectadores tengo como compañeros a una niña pequeña, la hija de una de las bailarinas, y al perro que asiste a Nadia. Los tres observamos fascinados la sincronización de los movimientos, la gracia con que se adaptan al devenir de la música.
Me sorprende la flexibilidad de Nadia. Apoyándose en la muleta que lleva en el brazo izquierdo, gira sobre sí misma levantando las piernas por el aire. Después se inclina hacia delante, estira el brazo, abre la mano y levanta la cabeza en un conmovedor gesto de desgarro.
La coreografía sólo se interrumpe cuando hay alguna corrección que hacer. Las cuatro mujeres debaten acerca de los movimientos que no las satisfacen. Una y otra vez los repiten hasta que salen como ellas quieren.
A los siete años, Nadia ingresó en el Real Conservatorio de Arte Dramático y Danza de Madrid ya que deseaba convertirse en bailarina. Después de la escuela, tomaba clases y ensayaba todas las tardes. La danza le exigía grandes sacrificios, llevar una vida diferente a la de otros niños, pero tenía en claro que ése era su camino.
Cuando cumplió los catorce años, un accidente de coche le produjo un severo daño en la médula a nivel lumbar. Tuvo que padecer cinco operaciones y años de rehabilitación para poder recuperar cierto control sobre sus piernas. A pesar de las limitaciones físicas, siguió ligada al mundo de la danza diseñando coreografías. Pero recién volvió a bailar en los Estados Unidos, donde se sintió mejor aceptada que en España.
“Allí las personas con discapacidad están más integradas. Hay menos barreras arquitectónicas, la gente no te mira, no te dice pobrecito, tienes muchas más oportunidades”, me explica.
Cuando Nadia termina de ensayar, salimos al patio del edificio. Lleva dos años de regreso en España. Es fundadora y codirectora de la compañía “Y Espacio Creativo Artes” con la que actúa regularmente en diversos teatros y festivales.
Consciente de la valía de su ejemplo, y de todo lo que aún queda por hacer en nuestro país en favor de los discapacitados, se dedica también a dar cursos y conferencias a jóvenes con impedimentos físicos.
“Lo que les digo es que se animen a luchar por sus sueños, que con voluntad y amor por la vida todo se puede conseguir”.
“TÚ TAMBIÉN BAILAS MUY BIEN”
Nadia Adame se encontraba en Washington cuando le presentaron al famoso bailarín ruso Mikhail Barishnikov. Lo primero que él le dijo fue: “Ví un vídeo tuyo y la verdad es que bailas muy bien”. A lo que ella le respondió: “Gracias, tú también bailas muy bien”.
Hoy Nadia se ríe al recordar aquella frase. “Le dije eso porque estaba nerviosa, Miha es uno de mis grandes ídolos de mi vida, uno de mis referentes”.
En los primeros ensayos Barishnikov no se animaba a pedirle que realizara ciertos movimientos, tenía miedo de que se pudiera hacer daño, pero al ver el rendimiento de Nadia progresivamente se fue olvidando de su discapacidad y comenzó a tratarla como a las demás bailarinas.
Nadia fue seleccionada por la Fundación Kennedy para actuar junto a Barishnikov en la gala de la ONG Very Special Arts. Fue uno de los momentos más extraordinarios de su carrera, que justificó las innumerables horas de ensayo y los sacrificios que tuvo que hacer para progresar en el mundo de la danza.
Su primera oportunidad como bailarina se la dio la profesora Nancy Spanier. Después formó parte de diversas compañías, entre las que se cuenta la prestigiosa Axis Dance Company, e interpretó coreografías de reconocidos directores como Stephen Petronio, Bill T. Jones, Sonya Delwaide y Davis Robertson. Recientemente ha sido galardonada con el premio “Isadora Duncan” al mejor dúo junto a Jacques Poulin-Denis.
Nadia, que también se dedica a la interpretación, espera que la gente no la juzgue como una artista discapacitada, sino como a cualquier otra bailarina o actriz: por su sensibilidad, sus dotes expresivas y su talento.
“No quiero que la muleta sea el concepto. Quiero que la gente me juzgue a mí como a una persona que trabaja en un escenario. Y acepto que me digan que no les ha gustado, que debo mejorar tal o cual movimiento. Lo que no quiero es pena. La pena no va conmigo”, afirma.
HERNÁN ZIN