Placer sensual, excitación sexual y feminidad: apreciar la respuesta sexual femenina
Publicado en la revista nº021
Autor: Lazar, Susan; Licthenberg, Joseph D.
"Sensual enjoyment, sexual excitement, and femininity: Appreciating the female sexual response" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Inquiry, vol. 23, No. 4, p. 592-614, 2003. Copyright 2003 The Analytic Press, Inc. Traducido y publicado con autorización de The Analytic Press, Inc.
Traducido por: Marta González Baz.
Revisado por: Raquel Morató de Neme.
Abordamos la respuesta sexual femenina reconociendo la distinción ente sensualidad y sexualidad y explicando el desarrollo de la feminidad; presentamos una explicación de la respuesta sexual de las mujeres como una experiencia variada pero describible; y consideramos los éxitos y problemas que los terapeutas hombres y mujeres tienen con la percepción empática de la explicación de sus experiencias sexuales por parte de una mujer.
Comenzamos nuestra discusión de la respuesta sexual femenina con el reconocimiento de la distinción entre sensualidad y sexualidad y ofreciendo una explicación del desarrollo de la feminidad. A continuación presentamos una explicación de la respuesta sexual de las mujeres como una experiencia variada pero describible. Concluimos con una consideración sobre los éxitos y problemas que los terapeutas hombres y mujeres tienen con la percepción empática de la explicación de sus experiencias sexuales por parte de una mujer.
Sensualidad y sexualidad
Se construye un sistema motivacional sensual-sexual alrededor de las necesidades y deseos para alcanzar dos estados independientes pero relacionados: el placer sensual y la excitación sexual (Lichtenberg, 1989). El placer sensual se refiere a un sentimiento concreto de placer que se desencadena por muchas de las actividades que los cuidadores utilizan para consolar y expresar afecto hacia los infantes, y que éstos a su vez utilizan para consolarse a sí mismos. Cuando el estado afectivo de placer sensual domina la experiencia, puede servir como “interruptor”, el resultado puede ser una disminución de la tensión que dé lugar a la relajación o al incremento de la sensación que dé lugar a la excitación sexual. La excitación sexual se refiere a un sentimiento concreto de estimulación incrementada que progresa hasta niveles orgásmicos. La excitación sexual, al igual que el placer sensual, se desencadena por muchas de las actividades que los cuidadores emplean para consolar y expresar afecto y que los niños utilizan para consolarse.
El placer sensual es resultado de un programa innato de los neonatos y se convierte en un acontecimiento regular de la vida cotidiana. La excitación sexual, aunque también es un patrón de respuesta innato, no parece ser desencadenada como parte de la experiencia vital cotidiana hasta un tiempo después en la primera infancia.
Al distinguir entre búsqueda de placer sensual y de excitación sexual, somos capaces de tomar en consideración con mayor precisión muchas de las manifestaciones de cada estadio del desarrollo que si suponemos un objetivo unitario de búsqueda de “descarga” similar a los estados orgásmicos. Las pruebas sugieren que el placer sensual es una fuerza motivacional más poderosa a lo largo del ciclo vital de lo que se le ha reconocido hasta ahora, mientras que la búsqueda de excitación sexual es algo más periódico y episódico. Esta perspectiva nos permite apreciar el poder del sistema motivacional sensual-sexual pero modifica la importancia relativa de los objetivos dentro del sistema.
Si se buscan, se encuentran evidencias del “sexo” en todas partes, incorporadas al uso metafórico del lenguaje, los mitos, sueños, deslices, actos sintomáticos, y numerosas manifestaciones transferenciales. La búsqueda de placer sensual está tan extendida en nuestra vida diaria que las analogías a ella son omnipresentes (y se explotan diariamente en los anuncios). Esta búsqueda parte principalmente del objetivo de placer sensual del sistema motivacional sensual-sexual. Un aspecto sensual que hace uso tanto de la búsqueda de placer sensual como de la excitación sexual puede hallarse en la mayoría de las experiencias que provocan un “subidón” –desde las montañas rusas hasta las cosquillas, el alcohol, la nicotina, la cafeína y las drogas estimulantes, la velocidad al volante, el esquí, el ejercicio prolongado, el juego y otros riesgos. Asimismo podemos hallar un aspecto sexual en muchas experiencias que desencadenan un “bajón” relajante –tomar un baño caliente, holgazanear en una mecedora, comer, sustancias calmantes y sedantes, tejidos suaves, combinaciones cromáticas agradables, música suave, luz de las velas. La sexualidad es un tema del que nunca podemos prescindir a causa del profundo misterio de la misma que permanece incrustado en nuestras psiques como resultado de las experiencias con ella durante la infancia y más adelante. ¿De dónde vienen los bebés? ¿Cómo se estaba en el vientre de mi madre? ¿Dónde está su pene? ¿Qué hay dentro de ella? ¿Qué están haciendo en la cama? ¿Te duelen las relaciones sexuales? ¿Te desgarra? ¿Tener un bebé te duele y te desgarra? ¿Por qué no puedo casarme con mi madre (padre)? La concepción y el nacimiento, el falo y el agujero, de la vida y la muerte, son desconciertos que nunca se despegan de nuestra capacidad de simbolización.
Kleeman (1965, 1975) estudia la agenda evolutiva para la búsqueda del placer y la excitación sexuales a partir del juego genital. Hacia el fin del primer año y al comienzo del segundo, tanto las niñas como los niños mostraron un interés variado en el juego genital. Éste era exploratorio y sin marcado ensimismamiento o excitación. Luego, comenzando a los 18 meses, tanto las niñas como los niños comenzaban a involucrarse en un juego genital excitador y masturbatorio. Las niñas frotan su área vulvoclitoral con los dedos o con objetos tales como el biberón, los juguetes o la manta, y tensan los muslos para activar la congestión perineal. Se centran en su interior y su expresión facial mostrará ensimismamiento y placer.
Feminidad
“¡Es un niño!” “¡Es una niña!” Ninguna otra designación anuncia un nacimiento con tal capacidad evocativa. Ni el peso al nacer, ni la certeza sobre su salud, ni el llanto sano, ni incluso el estado de la madre satisfarán la curiosidad de los padres y otros miembros de la familia. Cada figura parental se coloca entre dos elaboraciones de fantasía, una para su “niño” y otra para su “niña”. El sexo del recién nacido lleva a cada cuidador importante (padres, abuelos) a procesar sus expectativas conscientes e inconscientes sobre el niño o la niña. Cuando estas expectativas son incompatibles, el niño se desarrolla en un mundo de tirones conflictivos que afectarán su papel de género y, bajo condiciones muy aberrantes, a su identidad de género (Stoller, 1975, 1985a).
Sin embargo, los bebés no son víctimas pasivas e indefensas, a quienes su mera anatomía genital les determina su destino. Cada bebita tiene dones biológicos que afectan al despliegue de su identidad de género y de un papel así como patrones de actividad y potencialidad para el placer sensual y la excitación sexual que le darán a su feminidad un lanzamiento individual, su “ser niña”.
Las respuestas sensoriales suelen están bien organizadas en las recién nacidas. Las niñas tienen mayor sensibilidad al sabor, más actividad bucal, y más implicación de la lengua durante la alimentación, así como mayor sensibilidad táctil en general (Korner, 1973, 1974). Así, una madre puede encontrarse con que la excitación óptima para su hija se produce con el manejo más delicado y que la bebé responde especialmente bien al consuelo oral. Los infantes femeninos a las 12 semanas son más sensibles que los niños a las señales auditivas. Moss (1967) halló que a las niñas se les habla más que a los niños. Las bebés que fueron tocadas, con quienes se vocalizó, a quienes se sonrió y con las que se jugó obtenían una puntuación más alta en el MDT de Bayley, mientras que los niños con madres que interactuaban muy activamente puntuaban menos.
Las madres tienen una mayor tendencia a mantener la proximidad física con las niñas de seis meses que con los niños de la misma edad (Goldberg y Lewis, 1969). Al final del primer año, la feminidad está bien establecida en el interjuego social recíproco entre el infante y la familia (Fast, 1979). Las niñas pasaron más tiempo en contacto físico real con sus madres en situaciones de free-lay (Messer y Lewis, 1970). Cuando eran separadas de sus madres mediante una barrera artificial, en lugar de explorar activamente modos de rodearla o escalarla, las niñas tienen más tendencia a mostrar angustia y la necesidad de ser rescatadas, por ejemplo llorando y alzando los brazos en un gesto de llamada (Korner, 1974).
Entre los 18 y los 24 meses, tanto los niños como las niñas experimentan un incremento en la conciencia y sensación genital y perineal (Roiphe, 1968; Kleeman, 1975; Ámsterdam y Levitt, 1980; Roiphe y Galenson, 1981). Este periodo es una época de gran actividad y desafíos evolutivos. El mayor control de esfínteres y el aumento de la sensación anal uretral invitan a interacciones y luchas reguladoras. El niño pequeño tiene cada vez más movilidad y capacidad de exploración y a menudo atraviesa crisis de apego al alejarse de los cuidadores (Mahler, Pine y Bergman, 1975). Creemos que la actividad masturbatoria que desencadena los estados de excitación sexual en el periodo de los 18 a los 24 meses es responsable de consolidar tanto la imagen y la función de los genitales de ambos sexos en identidad de género y rol de género. La identidad de género se fija firmemente, probablemente de forma inmutable, por este punto. Las niñas son niñas, tanto a los ojos de los cuidadores como en conciencia propia. Muchos aspectos del rol de género ocupan su lugar sólidamente. La feminidad de los gestos, los movimientos y la conducta interaccional están bien establecidos. Al comienzo del segundo año, los niños y las niñas mirarán con más detenimiento fotografías de niños del mismo sexo, y apartarán con más rapidez las de niños de distinto sexo (Brooks y Lewis, 1974). Durante el tercer año, pueden hallarse numerosas observaciones relativas al papel de género. Tanto los niños como las niñas de esta edad reaccionan más consistentemente con angustia ante la observación de genitales del otro sexo. Parens (1979) halló que a los 3 años de edad, los niños están generalmente preparados para perseguir a las niñas, que escapan hacia sus madres, chillando y sonriendo. A esta edad, las niñas, ante la visión de un bebé, expresarán ooh y ah con placer y manifestarán el deseo de abrazar, tocar y alimentar al infante, mientras que los niños generalmente reaccionarán con indiferencia.
¿Cómo siente y valora sus genitales la niña en desarrollo? En las observaciones de Kleeman (1965) la autoestimulación genital en infantes niños “superaba en intensidad, frecuencia, ensimismamiento, actividad y focalización precisa a todo lo observado en los estudios sobre niñas” (p. 93). Kleeman sugiere que a causa de la accesibilidad del pene y el escroto, el niño puede tocar sus genitales con más facilidad “y, también importante, puede ver lo que está manipulando, o puede mirar sin tocar. Por ejemplo, si comparamos el toqueteo del niño con el uso de la presión de los muslos en la niña, él está registrando la sensación en sus genitales, sus dedos y sus ojos. La sensación en los muslos es menos clara y más difusa” (p. 94). La niña generalmente puede tocar y ver sólo su vulva y su clítoris. Los esfuerzos por explorar más allá en sus genitales pueden ocasionarle dolor. Es más, los padres generalmente nombran el pene e incluso los testículos más temprano y con más precisión que a la vulva, el clítoris y la vagina. Además, el niño asocia más fácilmente su pene con el empujar mientras que la niña pequeña tiene más dificultad para asociar la hendidura de la vulva y el clítoris con la recepción puesto que a menudo tiene poca experiencia temprana con la vagina y su apertura (Kestenberg, 1956). El estudio de Kestenberg sobre las niñas prepuberales halló que tenían una conciencia limitada de su vagina como órgano. Frente a esta supuesta limitación anatómica en la apreciación temprana de su anatomía de su función en el rol de género está la conciencia definida de la niñita sobre el pleno potencial de su área genital para la congestión perineal, el placer sensual y la excitación sexual.
La teoría psicoanalítica ha sostenido durante mucho tiempo que durante su desarrollo, las niñas se sienten invariablemente avergonzadas de sus genitales y que cualquier asociación posterior con la ausencia de un pene desencadenará la recurrencia de un afecto doloroso. La investigación de Mayer (1991), si bien confirma el hallazgo de Erikson (1950, 1964) de que los niños prefieren torres y las niñas espacios cerrados, desafía la teoría tan defendida de la autodevaluación femenina:
En casi todas las niñas que entrevisté, el tono afectivo con el que respondieron al espacio cerrado fue altamente positivo. No sólo asociaron fuertemente el espacio cerrado con la feminidad: también lo asociaron fuertemente con el placer y con el atractivo. Estuvieron relajadas y contentas –en realidad, entusiasmadas- mientras seguían su pensamiento sobre el espacio cerrado y su asociación con cosas femeninas [Mayer, 1991, p. 506, las cursivas son mías].
Pero la feminidad conlleva diferentes valores que pueden afectar a la respuesta global. Durante el primer año, puede observarse que las madres favorecen la actividad más autónoma de su hijo y la mayor sensibilidad de la hija en su interrelación. A los 14 meses, las niñas tienen más probabilidad de permanecer cerca de sus madres y tener menos aptitud para involucrarse en conflictos de voluntades que los niños. A los 18 meses, los hijos indican que valoran más a su madre cuando es menos directiva e intrusiva, mientras que las niñas muestran una respuesta más positiva frente a su madre cuando se implica y dirige el juego. A los 24 meses, los niños se apartan de una madre negativamente expresiva mientras que a las niñas les afecta relativamente poco. Durante el periodo en que son pequeñas, por tanto, las niñas se ven más inclinadas a permanecer dentro de un compromiso adverso, incrementando sus habilidades en la sensibilidad frente al conflicto. Las niñas obtienen un complejo mensaje dual de sus madres: se les recompensa con afecto positivo cuando se distancian de sí mismas, pero obtienen indicaciones de apego más sensible por parte de la madre cuando están más controladas y cercanas. Estos estudios ofrecen fuertes indicaciones de que en los primeros años de vida, se establecen valores diferentes para lo que las madres valoran en sus hijos e hijas y para lo que los hijos e hijas valoran en las respuestas que su madre les da.
Lewis (1992) halló que las atribuciones específicas positivas eran más altas para los niños de tres años y las atribuciones específicas negativas eran más altas para las niñas, Lewis relaciona estos hallazgos en estudios con niños pequeños con el hallazgo de que en cuanto a los logros académicos “las mujeres están socializadas para culparse por sus fracasos, pero no para recompensarse por sus éxitos; con los hombres sucede al contrario” (p. 103). Además, es probable que las mujeres realicen una atribución interna para sus fracasos y una externa para sus éxitos. Lewis también informa: “cuando una niña muestra enfado, los padres usan técnicas variadas, incluyendo el castigo directo y la retirada de cariño, para inhibir su conducta. Pero cuando un niño muestra conducta agresiva, sus padres hacen poco o ningún esfuerzo para inhibir su conducta (p. 100). La mujer tiene, por tanto, más probabilidad de sentir vergüenza como respuesta al fracaso en la resolución de problemas y a la expresión de su enfado.
La respuesta sexual femenina
En las afirmaciones de Freud sobre la sexualidad femenina, la identidad de género, la elección de objeto, y el funcionamiento sexual no están claramente diferenciados. En su teoría del desarrollo sexual, el prototipo para ambos géneros es el masculino (Freud, 1925, 1931, 1933). La propia libido se define como masculina, y se considera que ambos sexos poseen una libido masculina con un objetivo fálico inicial hacia la madre como objeto. Freud también sostuvo que el desarrollo femenino era más difícil de lograr, tanto por un cambio necesario de objeto de la madre al padre, así como por el cambio de un objetivo clitoridiano activo a otro vaginal pasivo. Además, se considera que las niñas sufren una mortificación irrecuperable al darse cuenta de que poseen un genital inferior. Freud veía la “protesta masculina” de las mujeres y la envidia al pene como la piedra angular psicológica femenina. Es más, el deseo que la niña tiene de tener un hijo se valora sólo como sustituto del ansiado pene y puesto que su “castración” es completa, y no sólo una “amenaza” (como sucede en los niños), la resolución de la fase edípica de una niña y, por tanto, la estabilidad de su superyó, nunca son seguras, dando lugar a un carácter moral inferior (Freud, 1924, 1925, 1931, 1933). La suposición de la pasividad femenina, el masoquismo y una libido más débil también forman parte del paradigma freudiano.
Muchos aspectos de este modelo freudiano se han revisado ampliamente por teóricos posteriores. Los teóricos modernos que siguen siendo fieles al modelo freudiano más clásico comienzan a hacer construcciones a partir de las ideas de Freud. Por ejemplo, en el espíritu del énfasis de Freud sobre el impacto de la experiencia corporal sobre el desarrollo de la estructura psíquica, Bernstein (1990) resaltaba la experiencia femenina del propio cuerpo y describía tres angustias típicamente femeninas: la de “acceso”, “penetración” y “difusividad”. Bernstein describía estas tres angustias femeninas como comparables, aunque diferentes, a la experiencia de los niños de angustia de castración y como contribuyentes al desarrollo de diferentes estilos defensivos y estructuras de carácter en las mujeres y las niñas. Richards (1996) también discutía la línea de desarrollo de la feminidad primaria con sus ansiedades en torno al daño y la pérdida que ella clasificaba como miedo a la penetración dolorosa, miedo a la pérdida de placer, y miedo a la pérdida de la función procreadora. De forma similar, Dorsey (1996) recomendaba la sustitución del término “ansiedad genital femenina” para referirse al temor a la pérdida o el daño del genital femenino, y el uso de “fase infantil genital” en lugar de “fase fálica” como un término más apropiado de género neutro para abarcar los diferentes aspectos de niños y niñas. Entre estos fieles al énfasis freudiano en la anatomía y la función física como determinantes cruciales de la experiencia psíquica, Burton (1996) resaltaba la íntima asociación de las funciones femeninas anal y genital en la inclusión de la fantasía agresiva y sádica de la fase anal y la fantasía sádica y el impulso a la vida erótica femenina. Además, Holtzman y Kulish (1966) defendían la inclusión en la comprensión psicoanalítica de la fantasía sexual masculina y femenina de la ideación inconsciente sobre el himen y la desfloración.
Partiendo de una perspectiva radicalmente diferente, Stoller pensaba que ambos géneros tienen una “protofeminidad” basada en la identificación primaria de todos los infantes con su madre (Stoller, 1985 a). Él y Greenson (1968) pensaban que la identidad de género masculina era la más difícil de lograr por la necesidad de reelaborar esta identificación femenina temprana. Dinnerstein (1976) y Chodorow (1989) remontan la depreciación de las mujeres, masculina y social en general, al resentimiento y la envidia sentidos por el infante hacia la figura parental materna todopoderosa.
Las investigaciones sexuales de Masters y Johnson también han demandado una revisión radical de la comprensión freudiana de la sexualidad femenina. Lo que ellos documentan, lejos de una capacidad más débil, es de hecho una capacidad femenina mucho mayor que la masculina para el funcionamiento orgásmico y sexual. En su revisión del trabajo de Masters y Johnson, así como en los datos embriológicos, Sherfey (1966) ha obtenido numerosas conclusiones importantes. Afirma en primer lugar que la suposición de la bisexualidad embrional innata es errónea. Durante las primeras fases de vida fetal, todos los embriones humanos son anatómicamente femeninos. La diferenciación masculina comienza sólo en la sexta semana bajo la influencia de los andrógenos fetales. Sin las gónadas fetales y sin la estimulación hormonal, todos los embriones humanos, sean genéticamente masculinos o femeninos, se convierten en mujeres normales y también sufrirán los cambios normales de la pubertad si se les administran hormonas exógenas. Mientras que el desarrollo anatómico masculino depende completamente de los andrógenos fetales, el femenino carece relativamente de influencia hormonal durante la vida embrionaria. Más adelante, las mujeres son mucho más sensibles a todas las hormonas, especialmente a los andrógenos.
En particular, en las primates hembras, la sensibilidad sexual se debe a estructuras perineales que son altamente sensibles a la progesterona con sus fuertes propiedades androgénicas. Sherfey (1966) continúa señalando que un orgasmo “vaginal” no existe como distinto o separado de un orgasmo “clitoridiano”. Todos los orgasmos femeninos son idénticos fisiológicamente, independientemente de la estimulación que los induce. El orgasmo resulta de contracciones rítmicas de la musculatura extravaginal contra los bulbos venosos congestionados vestibulares y del plexo en torno al tercio inferior de la vagina. Puesto que la capacidad de congestión venosa se incrementa con la experiencia sexual y con el embarazo, la capacidad de una mujer para la sensibilidad sexual tiende a aumentar con el tiempo.
Durante la excitación sexual creciente, el clítoris, los labios menores y el tercio inferior vaginal funcionan como una unidad integrada con la tracción en los labios ejercida por el pene durante el coito. La estimulación del clítoris durante el coito se logra mediante la influencia rítmica sobre su prepucio o capucha edematosa. La estimulación clitoridiana directa se logra también en la masturbación mediante la fricción contra este prepucio. Además, las mujeres son capaces de muchos orgasmos, estando limitada físicamente su capacidad sólo por un estado de agotamiento físico. De hecho, la masturbación clitoridiana directa (durante la cual una mujer puede controlar el nivel de estimulación) produce orgasmos tan intensos como la estimulación vaginal y es mucho más capaz de producir orgasmos múltiples, hasta 50 o más en el lapso de una hora comparados con los seis o más que se pueden lograr mediante el coito. El potencial erógeno del glande del clítoris parece en realidad ser mayor que el de la vagina. La sensibilidad sexual de la primate hembra está mediada por el edema perineal y el complejo clitoridiano, no por la vagina. Por ejemplo, las mujeres con conductos vaginales artificialmente reconstruidas tienen orgasmos vaginales normales pasados de tres a seis meses tras la cirugía, dejando constancia de la importancia crucial del complejo clitoridiano, los plexos venosos perineales y las estructuras circunvaginales.
En las mujeres como en otros primates, “ha evolucionado una capacidad sexual cíclica desmedida, dando lugar al estado paradójico de insaciabilidad sexual en presencia de la saciedad sexual extrema” (Sherfey, p. 124). Sherfey plantea que la hipersexualidad de la hembra humana ha sido culturalmente suprimida a favor del interés de la familia nuclear, para que no interfiera con la responsabilidad maternal y con las instituciones de territorialismo humano, con los derechos de propiedad y las leyes de parentesco. De hecho, concluye, fisiológicamente, las hembras humanas están menos adaptadas para la monogamia que los machos. Si bien las especulaciones de Sherfey sobre la supresión de la hipersexualidad femenina no han sido elaboradas por teóricos psicoanalíticos posteriores, el tema de la dominación masculina ha figurado de forma prominente en el trabajo de Benjamin, Person, Stoller y Dinnerstein entre otros.
De modo que Masters y Johnson, Sherfey, y los estudios embriológicos nos obligan a alterar radicalmente las nociones freudianas de bisexualidad innata y de la mayor debilidad de la libido femenina. Además, la total carencia de distinción fisiológica entre un orgasmo clitoridiano y uno vaginal altera el requerimiento evolutivo freudiano de que la mujer cambia de una sexualidad inmadura, fálica “clitoridiana” a otra sexualidad madura, pasiva-receptiva, femenina, “vaginal”.
Además de los datos fisiológicos de la sexualidad, el erotismo abarca el campo más amplio de organización de las fantasías, los afectos y los significados personales atribuidos a la conducta sexual. Y en contraste con los teóricos modernos clásicos que han avanzado a partir del énfasis de Freud sobre el cuerpo, Person ha señalado que la identidad de género es básicamente un “constructo cultural” y que la “cultura impacta en la formación de la fantasía sexual en los niveles más profundos de la psique” (Person, 1995, p. 153). Es más, las vidas eróticas de hombres y mujeres son distintas entre sí. Las fantasías de los hombres a menudo son más impersonales y se centran más típicamente en temas de dominación, control, y rendimiento físico, mientras que los temas de las mujeres son más románticos, menos gráficamente sexuales y atañen más a los vínculos y la relación con alguien conocido. No es raro que una mujer elabore, para sus fantasías eróticas, temas de cuidado de los otros (Person, 1993). La socialización y las experiencias tempranas son aun más importantes que el sexo biológico a la hora de modelar tanto la identidad de género nuclear como los temas típicos correspondientes a las fantasías femeninas y masculinas. En realidad, los pacientes a quienes en su nacimiento se les asignó por error un género que no estaba en concordancia con su sexo genético, tienen identidades de género nucleares y fantasías sexuales que corresponden al género que se les asignó (Person, 1993). Es particularmente instructivo apuntar cómo el erotismo, este aspecto afectivo de la sexualidad, cargado de significados, se utiliza para fomentar el sentimiento del self (Lichtenstein, 1961). En concreto, los hombres usan su sexualidad para reforzar su identidad de género más que las mujeres, cuyo principal sentimiento de la identidad de género se abastece de muchas otras fuentes y se ve menos amenazado por la ausencia de funcionamiento sexual o por una supuesta amenaza al mismo (Stoller, 1985b; Person, 1993).
La variedad de significados y funciones de la fantasía erótica es prácticamente ilimitada para ambos sexos. La sexualidad y la reverie erótica expresan necesidades múltiples, complejas y simultáneas de la personalidad, desde las necesidades más maduras de intimidad a preocupaciones más complejas y centrales sobre seguridad, identidad de género, autoestima, y autocohesión. Para las mujeres, las cuestiones de relacionalidad son en general más conscientes y centrales que para los hombres. La reverie erótica de las mujeres manifiesta esta diferencia en el mayor énfasis en los temas románticos y de cuidado. Tomar a otro dentro de una para encerrarlo y acariciarlo pueden ser funciones sexuales femeninas positivamente sintonizadas, placenteras, que pueden sentirse como aspectos valiosos del género y el sexo femeninos. El hallazgo de Mayer de que las niñitas se ven atraídas por los espacios femeninos “cerrados” y los valoran demuestra una línea de desarrollo de identidad femenina de género positivamente vivida desde la más temprana infancia que puede florecer en fantasía sexual femenina y experiencia sexual positivamente vivenciadas.
Cada individuo, sin embargo, vive un mayor o menor grado de trauma temprano que va desde los inevitables dolores, enfermedades y frustraciones de la primera infancia y la niñez hasta historias más trágicas de enfermedad grave, abuso chocante, abandono u otras dificultades. Stoller ha aclarado lo que considera una función ubicua y a menudo central de la fantasía erótica; es decir, revestir esas heridas y humillaciones infantiles. En prácticamente todas las fantasías eróticas, encuentra un elemento de hostilidad que busca la inversión del trauma infantil y la venganza contra los cuidadores hirientes de la niñez. Esta hostilidad es más obvia entre aquellos con claras perversiones o fantasías sexuales francamente perversas. En otros puede ser más un elemento que acompañe a otras tendencias de afecto, calidez y ternura que contribuyen a la intimidad. Para Stoller, la función de la hostilidad, parte crucial de toda fantasía perversa, es evitar una intimidad amenazadora con un compañero sexual. Le parece que la perversión es más común en los hombres que en las mujeres, puesto que ellos tienen más miedo a la fusión sexual que se vive como una amenaza a la masculinidad (Stoller, 1985 b).
Tanto hombres como mujeres disponen de un espectro infinito de fantasía erótica dependiendo de su historia personal única y de sus características constitucionales. En un estudio del rango de fantasías sexuales entre estudiantes normales, las fantasías más comúnmente referidas (65% de una muestra que incluía tanto hombres como mujeres) eran de naturaleza romántica, sin elementos hostiles obvios (Person y col., 1992). Un tercio de la muestra refería fantasías que tenían que ver con orgías, compañeros múltiples, forzamiento sexual, sexo con extraños, sexo con peligro de ser descubiertos y sexo con alguien mucho más mayor, alguien que previamente los había rechazado o con un amante “prohibido”. Estos temas contienen elementos de peligro, deshumanización y hostilidad, y su uso parece relacionarse con la noción de Stoller de fantasía erótica como un modo de dominar el trauma. Otro 15% de los participantes refirió fantasías sexuales exhibicionistas o voyeuristas, y el 6% refirió fantasías “raras/pervertidillas” que incluían incesto, abuso sexual o humillación, prostitución, sexo con animales y travestismo. Estas dos últimas categorías se prestan a las hipótesis de Stoller. Había una correlación moderada entre las distintas categorías de fantasías, según la cual las personas con altas frecuencias en una categoría de fantasía tendían a mostrar altas frecuencias también en otras. Había una excepción según la cual la tendencia a tener fantasías “románticas” no estaba significativamente relacionada con tener fantasías “raras/pervertidillas”. Así, observamos en una población “normal” tanto una variabilidad tremenda en el contenido de la fantasía erótica como también un amplio rango entre individuos.
Especialmente en una sociedad en la que los hombres son dominantes, es imposible discutir el erotismo femenino sin tener conciencia de las fuerzas que modelan las fantasías sexuales masculinas. Las mujeres, que se centran más en las relaciones, son más conscientes y se acomodan más a los temores, vulnerabilidades, preferencias y hostilidades de sus compañeros masculinos. Las experiencias de intimidad que los hombres tienen con mujeres resuenan con recuerdos de su primera intimidad con sus madres que, si fue dolorosa o humillante, les predispondrá una hostilidad autoprotectora y deshumanizante en la fantasía sexual posterior. La fantasía es deshumanizante si es impersonal o se centra sólo en una parte anatómica en lugar de centrarse en la persona global del compañero. La dominación física puede añadir una deshumanización hostil en la búsqueda del dominio y la venganza.
Las mujeres temen a la ira y la fuerza masculinas. Sus pensamientos sexuales autoprotectores pueden codificarse en guiones de sumisión masoquista u otros escenarios estereotipados y despersonalizantes. La hostilidad siempre está presente en los guiones impersonales o deshumanizantes que sirven para la evitación autoprotectora de una intimidad atemorizante. En muchas mujeres, un daño crucial es el trauma de la desigualdad, de ser menos valoradas como mujeres desde la infancia y de ser vistas, en mucho menor medida que los niños, como un self único con derecho a la separación, la autonomía y el sentimiento de agencia personal (Benjamin, 1988). Person, Stoller, Benjamin, DInnerstein y otros documentan una presión sobre las niñas para que sean objeto pasivo de los deseos de los hombres, y para que sean “eso” en lugar de “yo”. Si la feminidad y el ser (una) mujer se ven así por parte de la familia de una niña, estas actitudes y valores se transmiten a la niña por sus cuidadores, cuyas opiniones modelan la identidad de género y el sentimiento de self de la niña (Lang, 1984). La envidia al pene, en este contexto, se convierte en envidia al significante del poder, de la posición y de la autonomía.
Desde una perspectiva de la psicología del self, uno podría decir una niña suele verse deprivada de la especularización de la validez de su separación, subjetividad, agencia y autonomía. Como hemos mencionado, los estudios de investigaciones con infantes ponen de relieve que las niñas pequeñas son entrenadas para acomodarse a una relacionalidad negativa donde la protesta es silenciada y a culparse a sí mismas al tiempo que atribuyen los logros a los demás. Un hambre, cargada de culpa, debido a la especularización ausente de su sentimiento único de agencia personal, acompañado por la rabia y el sentimiento de desesperación en cuanto a lograr esta especularización en un mundo patriarcal, constituye una fuente teórica y clínicamente dejada de lado de masoquismo y de otras formas de fantasía erótica femenina hostil.
Otro posible significado inconsciente del masoquismo femenino puede ser la sumisión a un macho poderoso que se considera como objeto del self idealizado. El objetivo de la mujer en una fantasía masoquista puede ser fusionarse con este fuerte macho idealizado para sentir de forma indirecta el ejercicio del poder. Su fantasía sexual puede servir como un medio para lograr cierto sentimiento de autonomía y de agencia personal si se siente deprivada de ellas por propio derecho (Benjamin, 1988). Entonces, claramente, cuanto más autónoma y más intacta se sienta una mujer tanto en cuanto al valor de su género y en cuanto a la valía y unicidad de su self, más lugar tendrá para la ternura y la intimidad en su vida erótica y menos necesitará una hostilidad deshumanizante y distante.
Ejemplos clínicos: paciente femenina, analista masculino
La Sra. S, una mujer atractiva y atlética en la treintena, atravesó un período de confusión disociativa tras la muerte accidental de su padre. Comenzó el análisis, se reintegró, pero a causa de la carrera de su esposo tuvo que interrumpirlo. Tras un tiempo, comenzó un segundo análisis conmigo. Al principio de su análisis, comenzó una sesión describiendo un sueño que había tenido en el cual decidía utilizar el sótano para construir una habitación infantil de juegos. Sus asociaciones me llevaron a preguntar si el sueño podía referirse a pensamientos de tocar o jugar en torno a su “sótano” o trasero. Recordó (material que había relatado previamente) que en la universidad se estimulaba principalmente cuando se limpiaba el ano. Había desarrollado un picor perineal y se había rascado hasta sangrar. Añadió, de pasada, que su madre le había puesto enemas con frecuencia. Entonces comenzó un patrón familiar de hablar muy rápido y de forma muy excitada. Sus pensamientos perdieron conexión y se hizo difícil o imposible seguir el hilo. Me vi experimentando un sentimiento de desconcierto de “aquí vamos de nuevo”.
Cuando era niña, la Sra. S había llenado el hueco existente entre sus padres. Tenía una conciencia intelectual llamativa de su apego erótico con su padre. Sentía que a lo largo de su infancia y adolescencia, ella y el padre habían establecido un contrato de ser especiales el uno para el otro. Tenía recuerdos de su padre tumbado desnudo. Se besuqueaba con ella y bromeaba con que él poseía el contrato de matrimonio de ella. Al elegir vivir con un joven estudiante durante la universidad, creyó que su padre sentiría que le había sido desleal, y se culpó de su muerte. Tras la muerte del padre, quiso reemplazarlo, primero con un hombre mayor y luego con su primer analista.
El recuerdo que la Sra. S tenía del trabajo con su primer analista era que le solía preguntar por detalles sobre sus problemas sexuales para ayudarla con su casi total frigidez. Cuando él le preguntaba, ella lo sentía como un potente penetrador, como un hombre tan contundente y maravilloso como su padre. Se alegraba si le parecía que yo iba a hacer esto, pero reaccionaba con sobreexcitación. Las interpretaciones de la excitación desencadenada por pensamientos eróticos hacia hombres (su padre o yo) no tuvieron efecto sobre el patrón. Por el contrario, si sentía que yo no estaba respondiendo, el ritmo de su discurso decaía. Se quejaba de ser incapaz de pensar, de sentirse cansada, confusa, sin vitalidad. Se adormilaba y en ocasiones llegó a dormirse brevemente.
Así, en la sesión en que comenzó a hablar más rápidamente y el contenido se hizo más difuso tras describir el sueño de la habitación de juegos en el sótano, reconocí el patrón familiar de sus asociaciones fragmentadas. Me dio información que confirmaba esto relativa a la masturbación, añadió la mención de la madre poniéndole los enemas, y entonces, de un modo predecible, comenzó a sobreexcitarse. Cuando me desconcerté, me dije reflexivamente “¡Oh, mierda!” Luego reflexioné sobre lo que me había dicho a mí mismo y asocié rápidamente: mierda-enemas-aluvión de palabras-contenido más y más disperso. Con estas asociaciones como trampolín, postulé que estaba intentado expresarme que los enemas y la interacción que conllevaban con su madre habían desempeñado una influencia organizadora significativa durante su infancia que previamente había pasado inadvertida. Le sugerí que podía estar reviviendo mediante el aluvión excitado de palabras algo semejante a la acumulación y liberación de tensión y contenidos que tenía lugar durante un enema. Ella respondió a esta sugerencia con seriedad y sin más excitación. Describió cómo su madre le preguntaba todos los días si había evacuado. Si le decía que sí, no pasaba nada. Pero si decía que no o dudaba, le ponían un enema. Añadió que la madre se ponía un enema diario, y terminó la sesión.
Con la iniciativa de la paciente y su cooperación, el tema de las experiencias con el enema ocupó el centro del análisis durante los siguientes dos meses. Basándome en sus reacciones actuales, le ofrecí sugerencias interpretativas y reconstructivas de cómo había sido la experiencia del enema. Describió recuerdos de intentar retener los contenidos del enema y finalmente hacerlos estallar. Temía disgustar a su madre, pero se excitaba mucho. Le mentía a su madre diciéndole que había evacuado para evitar un enema. Le sugerí que el enfado que yo consideraba que hacía estallar hacia mí mediante el aluvión de palabras era el que había sentido hacia su madre por ponerle los enemas. Por primera vez desde mi interpretación inicial de la importancia de la experiencia del enema, se sobreexcitó con un estallido de asociaciones cada vez más desconectadas sobre el enfadarse.
De nuevo me sentí perplejo. Mi atención se dirigió momentáneamente a mi interior, en una introspección. Reconocí que me sentía ligeramente irritado e hice la conjetura de que había interpretado su experiencia no principalmente a partir de su estado mental sino del mío propio. Postulé que había basado mi suposición de que su enfado era resultado de la intrusividad de los enemas en lo que yo había sentido y en la irritación que sentí por la intrusividad de su sobrecarga verbal. Recordé que me había dicho que se le preguntaba por sus evacuaciones todos los días y concluí que, obviamente, era ella quien controlaba la frecuencia de los enemas.
Le pregunté a la Sra. S si su discurso excitado podía haber sido estimulado por el sentimiento de que yo no había entendido sus verdaderos sentimientos sobre los enemas cuando había hecho hincapié en su enfado. No respondió directamente, pero dijo, de un modo más calmado, que recordaba haber acogido los enemas con alegría. Para ella significaban que su madre se preocupaba lo suficiente por ella como para tomar parte de forma activa. Ahora era capaz de ayudarla a reconstruir una visión considerablemente distinta de su vida familiar que la que ella había presentado previamente. Antes, ella había retratado a su padre como un amante que la cortejaba con galanterías tales como “Tú nómbralo, cariño, y yo lo conseguiré para ti. Cualquier cosa, lo que sea”. Ahora decía que esas eran promesas generalmente huecas, como algunos de sus insights y de su “acuerdo” con mis sugerencias. Al igual que ella hizo conmigo, su padre se excitaba instantáneamente por cualquier sugerencia que ella le hiciera, pero no la seguía en la práctica. Y, más importante, no consiguió ayudarla a frenar sus estallidos de conducta abusiva con una disciplina efectiva. Le sugerí que para ella la administración de los enemas significaba que, al contrario que su padre, su madre había intentado imponer un orden. El método materno –los enemas- era erróneo, pero era “real” en comparación con el de su padre. Poco a poco, reconstruimos un conjunto de sentimientos evocados por los enemas. Le hacían sentir que todo estaba limpio, que su enfado había sido lavado, su salvajismo apagado, y su culpa reducida mediante la fantasía que estaba siendo castigada por sus delitos. Pero sobre todo, el que la madre le pusiera los enemas le otorgaba un sentimiento de importancia, de importarle realmente a alguien.
Durante la fase de terminación, la Sra. S comenzó la sesión de un lunes describiendo el deseo de guardarse algunas cosas. Narró un sueño en el cual ella entraba en la tienda Knick-Knack de Montaldo. Iba a comprar un vibrador para su madre. Era caro y preguntó si había algo en oferta. Sí, todo estaba en oferta, la tienda estaba liquidando por cese de negocio. En el estante había una preciosa figura china que pensó comprar para su hija. También había unos búhos con pinta de tontos. Los odiaba, pero pensó en comprarlos, aunque aun en el sueño se preguntaba por qué. En un tono que parecía más dócil que implicado, asoció Montaldo/vibrador con un consolador, y la tienda en liquidación con el final del análisis. Noté su falta de emoción y le pregunté sobre su necesidad de guardarse cosas. Respondió que le parecía más fácil hablar de su sueño de modo intelectual que hablarme de una fotografía que había tomado y que le había gustado mucho. Era de un capullo de magnolia. Describió en detalle cómo se las había arreglado para que la luz viniera de atrás, de modo que pudiera verse el pétalo abriéndose. Dentro estaba el capullo propiamente dicho, suave y viscoso, con una fina capa de humedad que recogía la luz.
En el fondo de mis pensamientos mientras la escuchaba, estaba la impresión de que su interés por la fotografía se había convertido en un intento de consolidar un sentimiento acrecentado de autovalía. Después de identificarse con la superficialidad y el exhibicionismo paternos durante muchos años, había coqueteado de modo diletante con varias tareas artísticas. Sabía que la fotografía me interesaba y se metió en ella a fondo para acercarse a su cálculo idealizado de mi grado de experiencia. Había sido muy reacia a revelar nada de sus fotografías, temiendo la competición o, peor aún, un condescendiente “esta bien”. Según hablaba, la visualicé ajustando el objetivo a la curva de un solo capullo. Supuse que su reticencia a hablar de su afán creativo se había relajado. Me llamó la atención la música de su voz –una suavidad y delicadeza inusuales- una sensación de calma mientras describía la leve viscosidad y la luz y las sombras. Me vino a la mente una imagen totalmente nueva: la Sra. S como una niñita siempre tan delicada, acariciando su clítoris húmedo con una mezcla de autoconsuelo y placer erótico. Con esta visualización, cristalizó un pensamiento que me había preocupado: aunque ahora tenía orgasmos con relaciones heterosexuales tras años de total frigidez, sus orgasmos, tal como ella los había descrito, parecían siempre constreñidos y tensos, y sus fantasías nunca iban más allá de la imaginería sadomasoquista.
Durante la adolescencia, había suprimido la masturbación genital directa. En su primer análisis, cuando intentó por primera vez una masturbación genital, se había introducido con energía una vela. Habíamos llegado a entender que la represión de su masturbación infantil había tenido lugar bajo la presión de fuertes reacciones por parte de su madre, reforzadas por su formación religiosa, y había sido fijada por un desplazamiento hacia su ano. Saqué la conclusión de que a pesar del efecto beneficioso de nuestro trabajo analítico sobre su capacidad para la sensibilidad al orgasmo, carecía de un sentimiento consolidado de delicadeza y ternura hacia su cuerpo.
Me vi sacudido por la conciencia de la discrepancia afectiva entre mi imagen de la niña pequeña acariciándose con ternura y el estado mental dominante de la Sra. S cuando hizo el comentario ligeramente irritante de que yo probablemente supusiera que el capullo era un pene. Abordó espontáneamente la cuestión de la masturbación y mencionó que ahora es consciente de sus ganas cuando está sola. Ya no lo cambia por el frotamiento anal o por la ingesta compulsiva. Pero sus fantasías durante el encuentro sexual de este fin de semana se habían referido a un rey y una reina crueles que la forzaban. En su fantasía, ella se resistía, y sólo entonces pudo sentirse plenamente excitada sexualmente. Sentí que mi línea de pensamiento sobre la masturbación delicada no contactaba con su emoción actual, y le pregunté más sobre su fantasía. Dijo que había tenido una acumulación dolorosa de tensión, y luego una liberación excitante, al igual que con los enemas. Lo asoció con su sueño, afirmando que ahora podía ver cómo en el sueño se las arreglaba para aumentar su tensión para permitirse tener la sensación sexual que la acompañaba, pero por qué querría comprar el búho si lo odiaba. Yo dije: “Ay”. Ella respondió: “¡Duele! (¡Eso es!) ¡Por supuesto!”
Comenzó la sesión del miércoles hablando de rendirse en un partido de tenis con su marido. Él era bueno jugando y en comparación ella se sentía una nulidad. Añadió que sabía que se había comparado con su padre y que cuando admiraba su pene “caía en un agujero de retraimiento”. Aun ahora le resultaba difícil superarlo. Aunque previamente había considerado este retraimiento como automático, yo le había ayudado a reconocer su conformidad con él. Reflexionando sobre la imagen que ella tenía que yo la había ayudado, pensé que sería receptiva a una interpretación que volviera a abrir la cuestión de su imagen corporal y su autodesprecio. Apunté su sentimiento de que si no tiene pene no tiene nada, y le recordé la fotografía de la que se había resistido a hablarme. Manteniéndome tan próximo como pude a sus palabras y su tono, le repetí lo que había descrito. Dijo con cierta sorpresa que en principio había pensado en el capullo como en un pene, pero que cuando yo se lo describía lo entendía como un clítoris, especialmente por su suavidad. Añadió en un tono conmovedor que no valoraba lo que tenía, nunca pensaba en las sensaciones agradables que obtenía de su cuerpo.
En la sesión siguiente contó que había ido al teatro y se había echado a llorar durante el último acto, durante el cual el héroe muestra que es incapaz de aceptar aspectos de sí mismo. Pensó en su padre, y el sentimiento persistió. No podía soportarse por tener estos sentimientos. Le sugerí que le parecía difícil aceptar su profundo sentimiento de debilidad por su padre. Estuvo de acuerdo y, después de un silencio, pensó en la foto del capullo [y la suave sustancia peluda]. Al mismo tiempo, sintió una fuerte necesidad de eliminar estos sentimientos. Dijo que le resultaba más fácil pensar en un foco que la iluminara, sintiéndose estimulada. Pero cuando la luz desaparecía, ella se desinflaba. Le sugerí que desde la infancia, su excitación había tenido que ver con cualidades masculinas fantaseadas y que cuando perdió ese sentimiento sintió que se desinflaba como si no tuviera partes corporales femeninas valiosas. Dijo que cuando estaba creciendo le había gustado jugar con niñas, pero cuando volvía a casa le daba miedo ser demasiado suave para su padre. Describió a continuación cómo ayer había estado sola, se había sentido tensa y pensó en masturbarse. Era un deseo loco, enojado y violento. Le pregunté si la violencia enojada podría ser para encubrir su deseo de tocarse como si fuera una niñita consolándose con suavidad y delicadeza. Asintió y se quedó pensativa y en silencio. Luego dijo que no sabía por qué guardaba silencio. No se sentía somnolienta en absoluto o con resistencia. Le pregunté si podía ser que se estuviera concediendo un momento de privacidad. Estuvo de acuerdo, añadiendo con dolor que nunca había sido capaz de sentirse realmente en privado, aun cuando cerrara la puerta.
El tema de la ternura y la delicadeza se convirtió en un aspecto central, mezclándose con las reacciones de duelo de la Sra. S durante los meses y sesiones que llevaron a la terminación.
Ejemplos clínicos: paciente femenina, analista femenina
Para una analista femenina que escucha las explicaciones sexuales de una paciente femenina, la anatomía y fisiología similares y la propia experiencia de la analista ofrecen hasta cierto punto la posibilidad de una resonancia mucho más inmediata con la experiencia de la paciente.
La Sra. D acudió con un historial de estructura de carácter obsesiva y constreñida, e inhibición sexual tras haberse separado del que fue su marido durante varios años. Venía de una familia dominada por un padre controlador, necesitado y talentoso. Según iba explorando su historia en el tratamiento, quedó claro que su inhibición personal y sexual estaba ligada a múltiples imágenes de su padre seductor e intrusivo, quien había demandado una atención constante. Si bien él halagaba y valoraba a la paciente, también menospreciaba a las mujeres con chistes sexualmente degradantes, dejando claro que, en general, las mujeres no eran dignas de confianza y tenían que estar al servicio del hombre. Al mismo tiempo, tenía escasa calidez personal, era perfeccionista y funcionaba con ansiedad en el trabajo. Bajo este exterior respetable, la Sra. D sentía que su padre era despiadadamente sádico y explotador, lo que se elaboraba en una imaginería onírica atemorizante y sádica. Con su marido, un hombre distante y motivado intelectualmente, también temía un ataque sádico. (Es importante señalar que tanto el padre como el marido de la Sra. D habían tenido madres abrumadoras y posesivas y en el caso del padre había una historia de claro abuso por parte de su madre. Parecía bastante probable que los aspectos deshumanizantes de la forma de aproximarse a las mujeres por parte de ambos, el padre y el marido, hubiera estado influenciado por su propio miedo y enfado en la relación madre-hijo). La Sra. D sentía que su madurez sexual había tenido retraso; se había sentido como una niñita asexuada, siempre envidiosa de sus amigas y familiares más femeninas que ella. A causa de su experiencia con las demandas paternas, también mostraba gran dificultad para rechazar a cualquier hombre con demandas agresivas que expresara interés por ella. Esta incapacidad contribuía a su ascetismo, su inhibición y su miedo ante los hombres. Con su marido, había temido la relación sexual, el daño, y había experimentado una sensibilidad tensa y extremadamente apagada. Cuando, en el análisis, elaboró su imagen de los hombres excitantes sexualmente, intensos, dominantes y sádicos, su analista pudo sentir una cautela y tensión que resonaban con la vigilancia ansiosa de la Sra. D en la situación sexual. Estaba claro que siendo una mujer con logros intelectuales y profesionales, la Sra. D se sentía, sin embargo, poco valiosa y con escaso poder frente a los hombres. En la situación sexual, sin embargo, podía ser un apéndice valioso de un hombre dotado y dominante cuyo prestigio, entonces, compartiría, una repetición del matrimonio de sus padres. Pero la explotación por parte del hombre y la falta de consideración por su independencia y autonomía le provocaban lágrimas, enfado y fantasías sadomasoquistas, lo que la llevaba a la constricción emocional y sexual.
Mientras que en la situación analítica la Sra. D se relacionaba de modo controlado y agradable, con un rango afectivo relativamente limitado, su terror subyacente a la dominación y al abuso por parte de un hombre controlador, emergía sólo lentamente a partir del análisis de sus sueños. En un sueño, ella era una niña que cuidaba de su hermana pequeña. Las dos veían a una joven pareja haciendo el amor cuando repentinamente el hombre dirigía su atención a la paciente con la intención de poner una serpiente en sus ropas. La Sra. D asoció esto con sus padres y con la incapacidad de su madre para protegerla de la intrusión del padre. Al contar el sueño, la angustia de la paciente aumentó y yo sentí un estremecimiento ante la imagen de las dos niñas desprotegidas. En otro sueño, La Sra. D estaba en una fiesta que se volvía salvaje y descontrolada. Luego el anfitrión insistía en que pasara la noche con él y ella se sentía congelada e incapaz de protestar. El análisis de sus sueños aumentó la experiencia consciente de la Sra. D de angustia indefensa asociada con su tendencia a ser complaciente con los hombres demandantes. Además, aunque había hablado de la incapacidad de su madre para protegerla, ahora lo sentía como una traición que me provocaba una respuesta contratransferencial de indignación. También podía intuir la fuente del precoz sentimiento de responsabilidad ycontrol excesivo de la paciente.
El despliegue analítico de la agresividad, el resentimiento y el sentimiento de feminidad degradado de la Sra. D, y las ambiciones fuertemente conflictivas dieron lugar gradualmente a una capacidad sexual y sensibilidad mucho más libres en su siguiente relación. También adquirió una ternura y sensualidad nuevas que no había sentido nunca antes.
La experiencia de una analista escuchando y empalizando con la experiencia sexual de pacientes femeninas puede ofrecer a menudo una transferencia-contratransferencia especular fácilmente disponible de una mujer comunicándose íntimamente con otra. Si bien a menudo ofrece una entrada empática inmediata en el mundo de la paciente con más inmediatez aparente que la de una mujer haciendo confidencias a un hombre, la misma naturaleza de este lazo especular también puede distorsionar, sutil pero fuertemente, la comprensión de la experiencia única de la paciente. Por ejemplo, con la Sra. D, si bien la analista sintió el peligro de la experiencia sadomasoquista intensa, el estimulante encanto de ser explotada por un hombre deseado fue pasado por alto durante mucho tiempo.
En conclusión, el analista de uno u otro género debe tener conciencia de los significados absolutamente únicos de las experiencias pasadas y presentes de la paciente así como de los numerosos objetivos condensados que se buscan como parte de la vida sensual y sexual de ésta. Basamos nuestro enfoque clínico a la respuesta sensual y sexual principalmente en el uso del modelo empático de percepción (Lichtenberg, 1981; Schwaber, 1981; Ornstein y Ornstein, 1985). Como ha señalado Schwaber, sentir una experiencia concreta que una mujer está describiendo en una sesión clínica requiere que el terapeuta esté tan libre como sea posible de prejuicios teóricos. Nuestro objetivo no es confirmar, hacer encajar o aplicar la teoría, sino captar la comunicación de la paciente con todos sus matices. El terapeuta es ayudado en esta investigación apartando los falsos ejemplos sobre la sexualidad femenina que la teoría analítica siguió en sus etapas tempranas. Por el contrario, la escucha siempre es contextual, una experiencia que se aprecia frente a un trasfondo de información. Recomendamos cuatro principios de importancia ascendente como guías útiles para orientar nuestra escucha empática:
1.Los factores culturales, incluyendo la valoración sociológica general de las mujeres y las actitudes específicas de los hombres hacia sus compañeras sexuales, afectan la respuesta sexual femenina “media esperable” en un marco determinado.
2. La fisiología de la excitación orgásmica femenina implica una congestión perineal generalizada y permite múltiples experiencias de orgasmo.
3. El placer sensual y la excitación sexual son complejos estados motivacionales cognitivos-afectivos distintos evolutivamente y desde el punto de vista de la experiencia. Separados inicialmente, la sensualidad y la sexualidad pueden más adelante existir con una mínima superposición o interrelacionarse secuencialmente.
4. La variabilidad de los factores que influyen la motivación dominante inmediata de cada experiencia sensual-sexual requiere una plena apreciación de la unicidad de la respuesta particular aprehendida empáticamente. Estos factores incluyen: las experiencias previas y las inferencias realizadas a partir de las mismas; el temperamento; el impacto de los ciclos hormonales; la relación con la(s) pareja(s); las presiones de los ciclos vitales; las elaboraciones de la fantasía y el sueño; y el estado de seguridad/aversión del intercambio clínico durante el cual se despliega la narrativa.
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