viernes, 26 de noviembre de 2010

El tráfico de mujeres
Hernán Zin
Cada vez que recorro una de esas calles flanqueadas de mujeres que se prostituyen, o que paso por la carretera frente a uno de esos lóbregos y decadentes clubes de alterne que tanto han proliferado en los últimos tiempos, siento una profunda decepción. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué, si es sabido por todos que la mayoría de esas mujeres han llegado engañadas, amenazadas, atadas a deudas que difícilmente podrán pagar, las autoridades no hacen algo para ayudarlas? ¿Por qué nosotros, la sociedad civil, no sumamos fuerzas para que estas personas, que no están en el otro extremo del mundo sino en la periferia de nuestras ciudades, dejen de ser explotadas?
Las respuestas a estas preguntas me las da Lorena Pajares, fundadora de AFESIP en España, organización que desde 2003 lucha contra la prostitución y el tráfico ilegal de niñas y mujeres.
Lorena me recibe en su oficina. Un sobrio despacho cuyas paredes están cubiertas de carteles de campañas por los derechos de la mujer. Me llama la atención un afiche en el que se lee: “Cada año cuatro millones de mujeres son vendidas como esclavas. Posiciónate contra la esclavitud del siglo XXI”.
Apenas nos sentamos en la sala de reuniones, Lorena describe la situación de la prostitución en España. Las cifras demuestran con elocuencia que no se trata de una cuestión marginal: 900 mil hombres acuden regularmente a prostitutas gastando unos cuarenta millones de euros al día. Baleares es la comunidad autónoma con mayor consumo de prostitución, seguida por Asturias y Galicia. Como bien sentencia Lorena: “El nuestro es uno de los países de la Unión Europea en que la cultura de la prostitución está más arraigada”.
Lo primero que me explica es que la mayoría de los hombres que acuden a prostitutas no lo hacen para satisfacer sus deseos sexuales sino para ejercer poder sobre las mujeres. Y, por esta razón, ella se opone radicalmente a la legalización de esta actividad, ya que sería una forma de dar normalidad a una relación basada en la dominación. “Sería mandar el mensaje a la sociedad de que se puede pagar para someter a una mujer”, explica.
A quienes defienden que se trata de un trabajo como cualquier otro, Lorena les responde que no es así, que el 90% de las prostitutas en España son extranjeras que llegan huyendo de la miseria, que viven padeciendo maltratos y vejaciones. “¿En qué otro trabajo el 15% de los trabajadores se termina suicidando? ¿En qué otra “profesión” el 90% de los trabajadores sufre constantes agresiones físicas”, se pregunta.
Llega el momento de hacerle la pregunta que ha motivado mi visita: ¿Cómo es posible que esto suceda en España? ¿Por qué no se actúa de manera eficiente? Lorena cree que la Guardia Civil no obtiene los resultados esperados porque se trata de un “cuerpo eminentemente masculino”, que no tiene entre sus prioridades la lucha contra la prostitución.
Con respecto al Ministerio de Trabajo y al Instituto de la Mujer, no sabe por qué no realizan más estudios sobre el tema, por qué no impulsan la penalización de los clientes (medida que en países como Suecia ha hecho descender un 80% el tráfico de mujeres). Lo que sí afirma es se trata de un problema de educación: “Todavía vivimos en una sociedad basada en la desigualdad de género”.
Lorena también critica duramente a los medios de comunicación. Afirma que muchos de los anuncios que ofrecen relaciones sexuales generan, como consecuencia, tráfico y explotación.
“Y nosotros, los ciudadanos, ¿por qué permanecemos cruzados de brazos?”, le pregunto.
“Yo creo que debemos dejar de pensar que las mujeres lo hacen porque quieren, que esto es bueno para ellas porque al menos les permite enviar dinero a sus familias. No es cierto. Estas mujeres están siendo esclavizadas, violadas, maltratadas. Lo primero que tenemos que hacer es cambiar la forma en que vemos las cosas”.
Somaly Mam fue vendida a un burdel de Phnom Penh, la capital de Camboya, cuando era una niña. Durante varios años fue obligada a prostituirse, pasando de mano en mano, hasta que su actual marido la ayudó a escapar en 1991.
En 1996, Somaly Mam, que no lograba olvidar las terribles vejaciones que había padecido en los burdeles, creó la organización Acción por las Mujeres en Situación Precaria (AFESIP). Desde entonces ha rescatado a más de tres mil niñas de las garras de la explotación sexual.
En 1998, Somaly Mam recibió el Premió Príncipe de Asturias. Año en que el jurado quiso poner especial énfasis en la situación de la mujer en el mundo.
Licenciada en derecho, Lorena Pajares conoció a Somaly Mam en Camboya, donde llevaba un año y medio desempeñándose como voluntaria. Tras trabajar durante un tiempo junto a la activista social camboyana, regresó a Madrid para fundar el capítulo español de AFESIP.
Lorena no encuentra muchas diferencias entre la situación de las trabajadoras sexuales en Camboya y en España. “Las mafias mueven a las mujeres por el mundo respondiendo a la demanda, y las tratan de la misma manera, se encuentren donde se encuentren”, afirma. Tanto es así que Lorena conoció en un burdel español a una mujer rumana que había sido traficada primero a Tailandia, donde solía ser golpeada por los proxenetas, para luego ser traída a España. Un millón de mujeres llega cada año a Europa para dedicarse a la prostitución.
Según explica Lorena, las mujeres son tratadas como verdaderas esclavas. Los proxenetas les sacan los pasaportes apenas pasan la frontera. Después, cada veinticuatro días, cuando tienen la menstruación, las cambian de club de alterne para que no puedan establecer lazos con los clientes o con otras trabajadoras sexuales. Además, les pegan, las amenazan con tomar represalias contra sus familias si los denuncian, les cobran precios abusivos por el alojamiento y la comida haciendo que les resulte casi imposible pagar las deudas que contrajeron antes de venir a España.
NADIA ADAME: SIN BARRERAS PARA LA DANZA
Hernán Zin
Camino por una angosta callejuela empedrada del barrio madrileño de Lavapiés hasta dar con la dirección que estoy buscando. Como la entrada está abierta, me cuelo en el edificio y recorro un lóbrego pasillo flaqueado por puertas decrépitas y paredes con la pintura descascarada. El tenue sonido de una composición clásica guía mis pasos primero hasta un patio y después hasta una sala en la que, junto a otras tres bailarinas, Nadia Adame repasa la coreografía de su último espectáculo.
Haciendo un esfuerzo por no interrumpirlas, entro lentamente y me siento contra una pared. De espectadores tengo como compañeros a una niña pequeña, la hija de una de las bailarinas, y al perro que asiste a Nadia. Los tres observamos fascinados la sincronización de los movimientos, la gracia con que se adaptan al devenir de la música.
Me sorprende la flexibilidad de Nadia. Apoyándose en la muleta que lleva en el brazo izquierdo, gira sobre sí misma levantando las piernas por el aire. Después se inclina hacia delante, estira el brazo, abre la mano y levanta la cabeza en un conmovedor gesto de desgarro.
La coreografía sólo se interrumpe cuando hay alguna corrección que hacer. Las cuatro mujeres debaten acerca de los movimientos que no las satisfacen. Una y otra vez los repiten hasta que salen como ellas quieren.
A los siete años, Nadia ingresó en el Real Conservatorio de Arte Dramático y Danza de Madrid ya que deseaba convertirse en bailarina. Después de la escuela, tomaba clases y ensayaba todas las tardes. La danza le exigía grandes sacrificios, llevar una vida diferente a la de otros niños, pero tenía en claro que ése era su camino.
Cuando cumplió los catorce años, un accidente de coche le produjo un severo daño en la médula a nivel lumbar. Tuvo que padecer cinco operaciones y años de rehabilitación para poder recuperar cierto control sobre sus piernas. A pesar de las limitaciones físicas, siguió ligada al mundo de la danza diseñando coreografías. Pero recién volvió a bailar en los Estados Unidos, donde se sintió mejor aceptada que en España.
“Allí las personas con discapacidad están más integradas. Hay menos barreras arquitectónicas, la gente no te mira, no te dice pobrecito, tienes muchas más oportunidades”, me explica.
Cuando Nadia termina de ensayar, salimos al patio del edificio. Lleva dos años de regreso en España. Es fundadora y codirectora de la compañía “Y Espacio Creativo Artes” con la que actúa regularmente en diversos teatros y festivales.
Consciente de la valía de su ejemplo, y de todo lo que aún queda por hacer en nuestro país en favor de los discapacitados, se dedica también a dar cursos y conferencias a jóvenes con impedimentos físicos.
“Lo que les digo es que se animen a luchar por sus sueños, que con voluntad y amor por la vida todo se puede conseguir”.


“TÚ TAMBIÉN BAILAS MUY BIEN”
Nadia Adame se encontraba en Washington cuando le presentaron al famoso bailarín ruso Mikhail Barishnikov. Lo primero que él le dijo fue: “Ví un vídeo tuyo y la verdad es que bailas muy bien”. A lo que ella le respondió: “Gracias, tú también bailas muy bien”.
Hoy Nadia se ríe al recordar aquella frase. “Le dije eso porque estaba nerviosa, Miha es uno de mis grandes ídolos de mi vida, uno de mis referentes”.
En los primeros ensayos Barishnikov no se animaba a pedirle que realizara ciertos movimientos, tenía miedo de que se pudiera hacer daño, pero al ver el rendimiento de Nadia progresivamente se fue olvidando de su discapacidad y comenzó a tratarla como a las demás bailarinas.
Nadia fue seleccionada por la Fundación Kennedy para actuar junto a Barishnikov en la gala de la ONG Very Special Arts. Fue uno de los momentos más extraordinarios de su carrera, que justificó las innumerables horas de ensayo y los sacrificios que tuvo que hacer para progresar en el mundo de la danza.
Su primera oportunidad como bailarina se la dio la profesora Nancy Spanier. Después formó parte de diversas compañías, entre las que se cuenta la prestigiosa Axis Dance Company, e interpretó coreografías de reconocidos directores como Stephen Petronio, Bill T. Jones, Sonya Delwaide y Davis Robertson. Recientemente ha sido galardonada con el premio “Isadora Duncan” al mejor dúo junto a Jacques Poulin-Denis.
Nadia, que también se dedica a la interpretación, espera que la gente no la juzgue como una artista discapacitada, sino como a cualquier otra bailarina o actriz: por su sensibilidad, sus dotes expresivas y su talento.
“No quiero que la muleta sea el concepto. Quiero que la gente me juzgue a mí como a una persona que trabaja en un escenario. Y acepto que me digan que no les ha gustado, que debo mejorar tal o cual movimiento. Lo que no quiero es pena. La pena no va conmigo”, afirma.
HERNÁN ZIN