Edipo sin vergüenza. Impresiones
[Marcial Romero López]
Edipo
Edipo pertenece a la casa de los Labdácidas, por su abuelo Lábdaco y por tanto tataranieto de Cadmo, hijo de Agenor, fenicio emparentado con Zeus, por Libia, nieta de éste y madre de Agenor. Su raza es la de los Espartoi, los hombres nacidos de los dientes del dragón muerto por Cadmo en el lugar de la futura Tebas, que el héroe había sembrado en el suelo por consejo de Atenea (o de Ares). De esta siembra salieron armados de la tierra y se destruyeron mutuamente, excepto cinco que sobrevivieron (Ctonio, Udeo, Peloro, Hiperenor y Equión), con los que construyó Cadmea, la ciudadela de Tebas.
Los padres de Edipo, el rey Layo y su reina Yocasta vivieron largo tiempo sin tener hijo alguno. Finalmente Layo, que anhelaba tener un heredero, le pidió consejo al Apolo de Delfos, respondiéndole con el siguiente oráculo: "Layo, hijo de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas. Pero está decretado que dejes la vida a manos de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida, accediendo a las funestas maldiciones de Pélope cuyo hijo querido raptaste. Él imprecó contra ti todas estas cosas". Este hijo querido de Pélope es Crisipo, raptado por Layo a quien había dado refugio en su corte tras el destierro dado por Zeto y Anfión. Pélope maldijo solemnemente a Layo y éste fue el origen de la maldición de los Labdácidas. Crisipo se suicidó de vergüenza.
Temiendo el cumplimiento del oráculo, Layo se abstuvo de todo trato con su mujer. Sin ambargo, un día, cegado por la ebriedad, engendró un hijo, a quien decidió abandonar en el Citerón, no sin antes perforarle los tobillos y atarlos con una soga para que muriera desangrado. La hinchazón producida por esta herida le valió al niño el nombre de Edipo, que significa "pie hinchado". La versión de Sófocles cuenta que el pastor a quien se había confiado la ingrata misión de abandonarlo en el Citerón lo entregó a un pastor del rey Pólibo de Corinto, en cuya corte creció, según la tradición más conocida. Otras versiones cuentan que el niño fue abandonado al mar en una arquilla, de donde lo recogió Peribea, esposa del rey Pólibo, que lo descubrió mientras lavaba sus ropas en la orilla. En cualquier caso, ellos lo criaron como su hijo.
LLegado a su edad viril abandonó a sus padres adoptivos por un motivo que varía según los autores. Entre éstos, los trágicos cuentan que metido en riña, un corintio, para insultarle le reveló que no era hijo del rey sino un niño recogido. Aristófanes cuenta que Edipo abandonó Corinto al ser insultado por todos como hijo bastardo y extranjero. No es extraña, pues, la urgencia de Edipo por conocer su propio origen y el de su familia, y dirigiéndose al oráculo de Delfos le preguntó cuáles eran sus padres, recibiendo por toda respuesta la profecía de que había de matar a su padre, desposándose luego con su madre.
Creyendo que esta profecía se refería a sus padres adoptivos, huye de Corinto a Tebas, pero en el camino, sin saberlo, se encuentra en una estrecha encrucijada (hoy se llama la "encrucijada de Megas") con el séquito de Layo, que a la sazón se dirigía al oráculo para preguntarle cómo podía librar a Tebas de la Esfinge, y éste exijió preferencia en el paso, lo que dio lugar a una pelea, matando involuntariamente a Layo, su padre.
En el camino de Tebas se encuentra con la Esfinge. Este monstruo etíope se le reconocía fácilmente por su cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. La Esfinge había sido enviada por Hera para castigar a la ciudad de Tebas por el enamoramiento y rapto de Crisipo por Layo. La alada cantora se instaló en el monte Ficio, cerca de la ciudad, y proponía a cada viajero que pasaba por allí los siguientes enigmas, matando a quienes no los resolvieran:
Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, por el aire o por el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad en sus miembros es mucho más débil.
Son dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la primera
Edipo adivinó las respuestas, contestándole:
Escucha, aun cuando no quieras, musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el fin de tu locura. Te has referido al hombre, que, cuando se arrastra por tierra, al principio, nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez.
El día y la noche (téngase en cuenta que el nombre del día en griego es femenino; así, pues, el día es la "hermana" de la noche)
La esfinge, mortificada, se despeñó inmediatamente. Como recompensa, Edipo recibió de los tebanos la mano de Yocasta (su madre) y el trono de Layo (su padre). La revelación de estos horrores y la consiguiente desgracia de Edipo constituyeron un tema favorito para los autores trágicos.
Justamente la fábula trágica empieza siendo ya Edipo casi viejo, después de haber gozado de un dilatado reinado, cuando la ciudad de Tebas está siendo diezmada por una peste. Edipo envía a Creonte a Delfos para interrogar al oráculo sobre la causa de esta plaga. La respuesta de la Pitia es que la peste no cesará mientras no se vengue la muerte de Layo. Ante esto Edipo maldice y condena a la muerte o al destierro al que resultara ser, sin saber que él era ese asesino. Hace venir al adivino Tiresias para averiguar quién es el culpable. Tiresias que, por su condición conoce todo el drama, trata de esquivar la respuesta, imaginando entonces Edipo que aquél y su cuñado Creonte son los autores del homicidio. Yocasta interviene para reconciliarlos y pone en duda la clarividencia del adivino recordando el vaticinio pronunciado en otro tiempo respecto al hijo habido con Layo, hijo que éste había abandonado a la muerte en el Citerón para evitar que lo matase. Y, sin embargo, argumenta Yocasta, Layo fue muerto a manos de unos bandidos. Pero al oir 'encrucijada' Edipo manda que se la describan, así como el carruaje del rey y el lugar del crimen.
Progresivamente Edipo va acumulando sospechas sobre sí mismo. Ordena que le traigan al criado que acompañaba a Layo y único testigo vivo de su muerte, y este criado resulta ser el mismo pastor al que su amo Layo confió el niño para que lo abandonara en el bosque. En esto llega un mensajero de Corinto para anunciar a Edipo el fallecimiento de Pólibo, rogándole que vuelva con él para ocupar su trono. Edipo y Yocasta creen que la amenaza del oráculo ha desaparecido, puesto que Pólibo ha fallecido de muerte natural. Pero queda la segunda parte de la amenaza divina, el desposamiento con su madre. Para tranquilizarlo media el mensajero corintio, diciéndole que no tema, que Edipo no es un verdadero hijo de Pólibo y Peribea, sino un hijo expósito. En este momento se cierne sobre Edipo una densa sombra de culpabilidad, pues se da cuenta que él es el criminal que debe lavar la mancha tebana. El relato acerca de cómo fue encontrado el niño no deja ya duda a Yocasta, quien le insiste a Edipo que abandone la indagación sobre su origen, que no remueva más; pero Edipo se empeña si cabe con más ahínco, ya que interpreta sus palabras como una estratagema para ocultarle su linaje de esclavo. Yocasta se precipita al interior del palacio y se suicida. Edipo, al verla, sabedor y desdichado por su tragedia se perfora la niña de sus ojos con el prendedor del vestido de ella.
Una versión modificada de Eurípides en una obra perdida atribuye a Creonte un papel más relevante, como conjurado contra Edipo por considerarlo un usurpador. Se las compone para convencerlo de la muerte de Layo y lo manda cegar. Peribea, esposa de Pólibo se presenta para comunicar la muerte de su marido y por el modo como refiere el hallazgo del niño Edipo en el Citerón, Yocasta comprende perfectamente que su segundo esposo es su hijo y se suicida, como en la versión de Sófocles.
Expulsado por Creonte, víctima de la imprecación que el mismo Edipo había pronunciado solemnemente contra el asesino de Layo antes de saber quién era, empieza una existencia errante y desafortunada acompañado de su hija Antígona hasta llegar a Colono, donde muere en brazos de Teseo, el gran héroe ático.
Prólogo
Edipo.-- ¿Cuando ya no soy nada, entonces resulta que soy persona? (Edipo en Colono, 393)
Cuando la "muerte" agobia retorna lo reprimido, el origen se hace patente y entonces la pregunta ¿quién soy? responde nadie.
Toda genealogía usurpa el derecho del individuo a vivir como quiera.
Edipo Rey es el despertar de la conciencia del individuo. Quizá una de sus "enseñanzas" sea la de que el revés de la fortuna nos muestra la cara oculta del tiempo: su sed de/su pasión por devorar la singularidad (todo lo que se le opone). Si en ese tiempo en el que se manifiesta este "reverso tenebroso" no estamos ensartados a una estirpe, corremos un peligro letal.
Edipo representa, no el parricida e incestuoso por excelencia, sino el de dudoso linaje, el ser confuso y confundido que llevamos dentro, el que sospecha de nosotros mismos y nos despierta de vez en cuando angustiados por soñar que no vivimos sino el sueño. Edipo es nuestro doble en la nada: es el hombre de Dios: Adán/Náda. Edipo puebla el territorio de la desmemoria. Cuando la peste de Tebas asola los hogares diezmando a los hijos, Edipo es configurado como chivo expiatorio mediante la reconstrucción genealógica de su estirpe. Hasta entonces se ha guardado silencio, pero a partir de la aparición de la amenaza de muerte colectiva, el recuerdo de lo que olvidamos entonces aparece y se hace presente para expiarlo: vuelve lo reprimido y nada mejor que disponer de una víctima o de una estirpe de víctimas a las que recurrir para "solucionar" las crisis.
¿Cómo se crea una víctima?: dudando de ella. Si se ve, Edipo es un hombre dudoso o sobre el que se puede dudar; que se puede poner en duda. Edipo es el hombre interrogación o el hombre sobre el que se duda: ¿quién es?, ¿de quién es? Si no se sabe quién es, víctima propiciatoria; si no se sabe de quién es, nadie lo reclama y, por tanto, fácilmente sacrificable.
¿Pero es Edipo quien no sabe quién es o que no sabe de quién es? Una y otra pregunta se ensartan en la fábula, pues la agnición ocurre cuando se completa el triángulo filiativo, develándose la confusa realidad de sus orígenes.
Lo que cuenta la fábula de Edipo es que éste, instalado en el trono de Tebas, descubre su doble falta criminal y se impone a sí mismo un castigo terrible. ¿Con qué nos encontramos en este nivel del cuento? Pues con un dispositivo de restitución. ¿Qué restituye Edipo? Sin duda, para mí, Edipo limpia la desvergüenza colectiva: el que una familia, un grupo, una institución en general aparezca dudosa a los ojos de los demás, ha de ser lavada y purificada mediante la sangre sacrificial de una víctima, así se tranquiliza la colectividad y cesa el nerviosismo paranoico.
El psicoanálisis nos ha configurado a todos como edipos al señalar que sufrimos por el deseo incestuoso y criminal con nuestra madre y nuestro padre. Al hacerlo, ha indagado profusamente en el origen ambivalente de nuestra condición humana: para restituir la fraternidad postulada [el abrazo de los hijos] debemos padecer el recuerdo de un antiguo y siempre reactualizado parricidio. A veces esta sombra del padre que retorna se vuelve obsesiva y es entonces cuando la locura (neurosis/psicosis) se apodera del individuo y lo debilita y lo prepara de esta suerte como víctima propiciatoria para ritualizar el drama de la restitución de la violencia recíproca. Lo que el parricidio originario logra es precisamente instalar la reciprocidad violenta. Que no sea sólo el padre el que amenaza, sino también los hijos. Pero este cuento que es el parricidio originario si algo cuenta es que más comúnmente son los padres (viejos) los que sacrifican hijos (jóvenes) a los dioses (Zeus o Mammón), no para restituir la violencia recíproca, sino para re-instituir su propio poder. La obra se puede leer también como expresión de una lucha entre padres e hijos, viejos y jóvenes.
Lo que pretendo señalar es que Edipo, como individuo, es imposible; pues está permanentemente abocado a ser usado como hijo expiatorio. Y porque como individuo no puede enterarse de lo que los demás saben y sólo él ignora. Edipo no puede saber quién es si no averigua de quién es. La identidad está anudada a la filiación, esta es nuestro referente político operativo.
¿Es legítimo sospechar que todo proceso institucional contiene un dispositivo de creación de "linajes dudosos" para restablecer la convulsión producida por ponerse en tela de juicio? Si son linajes dudosos es porque no saben a ciencia cierta de quiénes son. Pero bien mirado, si Edipo somos todos como más de un autor afirma, entonces debiera importarnos muy poco esto de los linajes. Aunque no es verdad y basta que en una institución cualquiera (Universidad, Partidos Políticos, Empresa, Administración Pública, Poder Judicial, etc.) gobierne el entredicho para que cada cual se alinee a alguna de las estirpes o linajes mejor anclados. El o los que queden fuera (que a veces puede ser que alguna estirpe quede arrasada) corren serio peligro de uso sacrificial.
Edipo como figura sacrificial de ese dispositivo de restitución [reinstitución], víctima inocua que los adultos intercambian para restablecer la "paz social", purificador (purgador) afectivo de las pasiones universales. El lavado de la mancha tebana se realiza mediante el ritual sacrificial del hijo expiatorio. A partir de Edipo todo hijo debe cuidar de no manchar el nombre del padre. Por Edipo sabemos que ir contra la ley de los machos adultos tiene sus riesgos, pues puedes acabar muy magullado, malherido, cuando no muerto o expulsado, siendo nadie: esto es, alguien sobre el que se puede disponer como víctima, o se le puede configurar como tal con relativa facilidad.
Es esta inocuidad lo que me llama poderosamente la atención. Pues si Edipo es una víctima inocua, cosa que deberíamos demostrar, entonces la desvergüenza de la doble falta cae más del lado de la organización institucionalizada que del individuo. Bien es verdad que si remitimos las culpas a una instancia tan abstracta como la sociedad o lo social no avanzamos mucho analíticamente, pero todos sabemos que la contemporaneidad no hace sino reactualizar la antigua pugna entre el parentesco y la burocracia, los antiguos linajes y los surgidos en el ejercicio de la ciudadanía. Pero sucede que cuando una burocracia (empresarial, profesional, profesoral, local, etc.) se instala en el poder, automáticamente funda linajes: así, se es de tal o de cual; y en este juego se articula la identidad del individuo. El resultado es que si algo funda Edipo es el linaje de los nadie, no porque edipo no valga, sino porque no tiene una clara filiación. Bien es verdad que nadie puso en duda su valía cuando salvó a su pueblo de la amenaza de la alegre cantora, pero la nueva peste que asola Tebas exige una purificación que Edipo no puede llevar a cabo como hijo impuro/ilegítimo que es.
Si propongo un Edipo sin vergüenza es porque pretendo mirar a ambos lados del acto trágico para revertir sobre la colectividad (qué sea la colectividad habría que considerarlo, pero doy por supuesto un mínimo consenso intersubjetivo sobre el significado de lo colectivo) la creación del culpable, pues ella es su dueño. No pretendo decir con esto que la desviación pueda ser explicada sólo en términos sociológicos, sino que en el caso de Edipo se interpreta obsesivamente la legitimidad de los actos y, en este nivel, todos resultamos criminales e incestuosos. Quien cree estar libre de culpas que tire la primera piedra. Sólo que es Edipo el único que no se da cuenta de que por esa vía de indagación resultará impuro, dudoso, sin ensartar a una clara línea de parentesco clara y por eso mismo disponible para uso sacrificial, ya que su propia genealogía es en sí misma turbia y de dudosa legalidad.
Si la vergüenza de Edipo se tapa es porque lo que no puede la tragedia es invertir o modificar la verdad del mito. Pero la verdad del mito ¿cuál es?: ¿Que Edipo es un parricida y un incestuoso? ¿No será más bien que todo parricida e incestuoso es un impuro y, por lo tanto, corrompe el orden de la prohibición del incesto? Saltarse las reglas tiene su castigo. ¿Pero es Edipo quien se las salta o son los otros los que le esconden las reglas? Edipo, claro está, es el que no sabe lo que saben los demás (Pólibo, Tiresias, Creonte, Yocasta, Coro, etc.). Él no está en el secreto.
Edipo es un hijo traicionado. Todos compartimos un secreto, menos Edipo. Este es "elegido" para contener la monstruosidad. Al desvelarse el secreto en el que estaban todos menos él, desvela el crimen fraterno, no el parricidio, es decir, el crimen de la comunidad contra una víctima que no sabe, y eso hay que acallarlo. Precisamente Edipo se rebela en un momento de la pieza contra ese intento de animalizarlo conviertiéndolo en parricida e incestuoso y así configurado como buey o cordero sacrificial. Como hijo repudiado tenía un destino prescrito en el Citerón: morir o, de salvarse, cosa muy improbable, ser una bestia más entre las bestias. Lo que va viendo Edipo es que la peste se va desplazando hacia él: él la concentra en la medida en que se va disipando en los tebanos. Por eso ha sido recreado como un pharmakós y así se entiende su final, pues como todo pharmakoi es expulsado al final de Edipo Rey. Edipo va concentrando los males que aquejan a la ciudad: "Confiaos, no temáis, pues estos males míos nadie de los hombres puede más que yo sufrirlos". Aquí queda patente la conciencia de su situación.
No podemos prescindir de lo que ya vio R. Girard, que cualquier comunidad agobiada por la violencia o el desastre se entrega gustosamente a una caza ciega del "chivo expiatorio" e instintivamente se busca un remedio inmediato y violento a la insoportable violencia de la situación. "Los hombres quieren convencerse de que sus males dependen de un responsable único del cual será fácil desembarazarse" (en La violencia y lo sagrado, 88).
¿Qué se le exige a Edipo? Que cumpla con lo que anunció que haría con el culpable, fuese quien fuese. Pero lo cierto es que todos sabemos que lo estamos engañando, porque lo que él anunció que haría lo hizo desconociendo inocentemente lo que nadie puede saber sin que se lo digan: que él no es quien cree ser.
Oidipous tyrannos/Edipo rey
En presencia del Rey. La ciudad está asolada. El orden se conmueve. La ciudad está alicaída, deprimida. Los sacrificios, ruegos y oraciones no dan resultado. Algo muy gordo está pasando. Hay crisis sacrificial. La epidemia está diezmando a la población: "Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea" (28 s.).
Si acudimos a ti, oh Edipo, es porque tú eres "el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses", implora el Sacerdote (34). Así pues, "endereza la ciudad" (47), levántala con firmeza, porque "es mejor reinar con hombres en ella que vacía" (55). [Peste = Demografía letal = Morbilidad = Crisis sacrificial].
La peste cumple la amenaza de muerte. Si hay crisis sacrificial es porque esta amenaza de muerte no es recíproca. Precisamente lo que logrará el sacrificio sagrado será restablecer la violencia recíproca. El papel que el coro de ancianos le pide a Edipo en el Prólogo es el de ser el representante de los tebanos ante el mal. Él, como primero de los hombres, puede adelantarse y enfrentarse al mal. Es como si le encomendaran una misión: 'restablece el equilibrio!; "endereza la ciudad", le dicen.
Edipo comprende el ruego, y así les dice a los suplicantes: "Venís a hablarme porque anheláis algo conocido y no ignorado por mí" (58 s.). La majestad de Edipo no proviene sólo por la espada, sino también por el conocimiento de los símbolos del enigma y puede salir del laberinto. Edipo es un guerrero, pero también un sabio sensible a los problemas de su pueblo. Tan es así que ya se ha adelantado al anhelo de la ciudad y ha enviado a Creonte a la morada Pítica de Febo en busca de "solución". Evidentemente toda solución será enigmática, pues la Pítia habla siempre enigmáticamente. Cuando Edipo dice al Sacerdote del Coro que ha enviado a su cuñado a la morada Pítica de Febo a ver si se entera de lo que tiene que hacer o decir para proteger la ciudad, aparece como adelantado, sabiéndose ya instrumento de esa verdad. Con esto quiero señalar que también la obra ofrece un procedimiento de indagación de la verdad, o del desciframiento de los enigmas a partir de las fórmulas expresivas que trae Creonte: "arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra y no mantenerla para que llegue a ser irremediable", ordena el soberano Febo (95 ss.).
Hasta ahora la pieza transcurre sin más sobresaltos: un pueblo acude a su rey para que traiga la paz: un pueblo acude a su rey para que erradique el mal. Hay aquí una dimensión curativa por absorción del mal (míasma), de pharmakós ritual que carga con los pecados de toda la comunidad y debe ser escarnecido y arrojado lejos de ella. Pero sin embargo, la obra empieza a destilar un vapor inquieto al constatar que hace ya demasiado tiempo que Creonte debiera haber vuelto con la solución.
Pero tal inquietud queda sofocada por el avistamiento de Creonte que, además, parece mostrar cierto contento, pues se le ve tocado con corona de laurel, cual mensajero de Apolo portador de gratas nuevas. Efectivamente, la respuesta que trae es que hay que "arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra y no mantenerla para que llegue a ser irremediable" (97 ss). ¿Cómo expiar esta culpa? "Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que esta sangre es la que está sacudiendo la ciudad." (100 ss) Obsérvese que la connotación del enigma es la exigencia del pago en especie de una antigua deuda, la del crimen de Layo. Por boca de la Pitia habla Febo. Por boca de Febo habla Layo, podríamos suponer, pues es éste el que exige el castigo de su crimen, y Creonte lo expresa así: "Él murió y ahora nos prescribe claramente que tomemos venganza de los culpables con violencia" (106 ss). Restablecer la reciprocidad en términos de violencia es una función esencial del sacrificio. Justamente su eficacia es librarse del mal, de las afecciones de nuestra vida, restituyendo a nuestros antepasados la intranquilidad que nuestros excesos destapan. Pero este restablecimiento es más una reinstauración de la estirpe de los mayores, la del padre Layo.
El problema de la obra es que un pueblo atacado, deprimido, intranquilo, desequilibrado, automáticamente empieza a generar una paranoia, cuya única salida es la del sacrificio de una víctima. Si este modo de curarse es efectivo, una de las creaciones sociales es la de la reproducción de condiciones de existencia de un conjunto de personas de las que echar mano ante las sucesivas crisis sacrificiales que se presentan en la vida, con el fin de enfrentarse a la epidemia, al enigma y al desconocimiento o encubrimiento de la verdad de las cosas. Quien no esté en el secreto de las cosas corre serio peligro de uso sacrificial.
Podríamos sostener que Edipo es la figura del hijo ilegítimo: una figura sacrificial: una figura de restitución: una figura de recambio y manipulación. Es, por decirlo con contundencia: nuestra propia vergüenza. Representa, creo yo, en términos analíticos, un dispositivo de reserva mediante el que una sociedad, un grupo, una institución, puede incumplir su propia legalidad, pues siempre puede disponer de "culpables".
Lo que se interpreta del enigma es que Layo pide venganza y hay que descubrir al culpable de su muerte. Layo retorna como sombra, como expectro, como fantasma que pide venganza. La peste es igual a impureza. La purificación por la sangre sacrificial de aquel que lo mató.
Pero ¿quién es aquel que lo mató? ¿Dónde puede estar ahora? ¿Dónde encontrar la huella de esa antigua culpa? A partir de ahora empieza el proceso interrogatorio, la investigación de la verdad.
El culpable se encuentra en Tebas, pues así lo ha dicho Apolo, según afirma Creonte. Si al menos se hubiera salvado alguien, tendríamos algún testigo. Y efectivamente, uno se salvó de aquel encuentro fatídico. Pero ¿dónde está? No se sabe, pero entonces propaló que fueron unos ladrones los ejecutores de Layo y su séquito. Edipo sospecha que a lo que parece Layo fue asesinado por un grupo de conjurados tebanos. Y eso parece ser que es lo que creyeron en un principio, pero como nadie reclamó inmediatamente el trono y como pendían por aquellos días de la enigmática Esfinge, el rumor se apagó. La amnesia colectiva respecto de la búsqueda del culpable se produce por la sobrepresión de la vida cotidiana: verdadera amenaza de muerte que ejercía la enigmática cantora. Sin duda que entonces algunos observaron la correspondencia entre el crimen de Layo y el inmediato ascenso de Edipo, pero lo mantuvieron en secreto, entre otras cosas porque sólo sopechas tendrían. En términos de verdad no existían pruebas entre la muerte de Layo y Edipo, pero podría ser verosímil. ¿Resultaría exagerado expresar que el pueblo de Edipo vivió su reinado en el entramado de la sospecha mutua acerca de su propia legitimidad? Su reinado como sabio es legítimo, pues en tanto que descifrador salva a la ciudad de la cotidiana amenaza de muerte, pero su valentía de guerrero es más supuesta que demostrada. A no ser que se tenga en cuenta que su mano fue la ejecutora del crimen sobre Layo. Realmente, toda la épica guerrera edipiana está referida en la pieza en relación al encuentro en el cruce de camino: un macho adulto y jerárquico exije su derecho prioritario de paso, frente a un macho joven y periférico empeñado en lo mismo; poder frente a poder; 'o te apartas o te mato', parecen decirse; 'yo soy' frente a un 'yo soy'. Todo muy hegeliano.
La victoria de Edipo es la del macho joven. Pero para que no cunda el pánico, esa victoria queda inmediatamente olvidada por la amnesia: todos estamos en el secreto de que así puede ser llegado el caso -¿o no?, como demostraría la "revuelta estudiantil": fenómeno que ha sido analizado como la expresión de la rebeldía de los hijos contra los padres...- Es decir, que el poder cambia de mano generacionalmente, que en general ese cambio generacional está previamente diseñado por los mayores, pero que de vez en cuando ese poder es arrancado más o menos violentamente; y quienes pagan el pato en estos vaivenes suelen ser los hijos "ilegítimos": todos aquellos que no están insertados en una genealogía familiar (o familista, pues todas las burocracias reinstalan el nepotismo; es más, se podrían analizar muchos procesos de "modernización" como dispositivos de ocupación de parientes y amigos). La paternidad es un dispositivo de reinvención genealógico. Colgados de mamá comemos mejor: no hay forma más intensiva de poder, sostiene Canetti, que la que ejerce la madre con su pasión de dar de comer: quien nos alimenta es nuestro dueño (v. Masa y poder: ep."Sobre la psicología del comer"). Pero también al lado de papá vivimos mejor. Sin padre o padres se anda errabundo. Y Edipo es esto, un hijo sin padres: aquellos que creía sus padres no lo eran; cuando descubre a los suyos ya no están: uno muerto por sus manos, la otra caminando al suicidio. No solamente no los goza, sino que los padece.
En fin, el Prólogo de esta pieza termina con el compromiso de Edipo en la busca del asesino de Layo para expulsarlo. Hay que encontrar a ese pharmakós para expulsar la peste de Tebas. El Coro expresa su angustia:
La población perece en número incontable. Sus hijos, abandonados, yacen en el suelo, portadores de muerte, sin obtener ninguna compasión. Entretanto, esposas y, también, canosas madres gimen por doquier en las gradas de los templos, en actitud de suplicantes, a causa de sus tristes desgracias. Resuena el peán y se oye, al mismo tiempo, un sonido de lamentos. En auxilio de estos males, ¡oh áurea hija de Zeus!, envía tu ayuda, de agraciado rostro. (180 ss)
Como respuesta a las súplicas de su pueblo, Edipo lanza públicamente una maldición contra el desconocido asesino de Layo, sea quien sea: el destierro o la muerte. Aconsejado por Creonte manda traer a su presencia al adivino Tiresias, para esclarecer la verdad. Pero Tiresias, como maestro de verdad, se resiste a hablar, pues lo que sabe se vuelve contra el propio rey. No logra evadirse del acoso dialéctico de Edipo, quien incluso lo llega a acusar de ser el inspirador del crimen, ante lo cual no le queda más remedio que espetarle que "tú eres el azote impuro de esta tierra" (355); y más clarito: "Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando" (362). Tú eres el que andan buscando, cumple tu amenaza sobre ti mismo, porque además "tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás" (366 ss). Edipo, has incumplido una antigua y siempre presente ley.
Edipo pelea contra este destino atroz que le acaba de dibujar Tiresias, poniendo en duda la verdad de sus palabras, que le parecen inspiradas por la confabulación con su cuñado Creonte para derrocarlo. Pero Tiresias se revuelve con contundencia y exige su derecho de réplica: "Y puesto que me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los que están en la tierra, y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que ahora ves claramente, entonces estarás en la oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus gritos!, ¡qué Citerón no los recogerá cuando te des perfecta cuenta del infausto matrimonio en el que tomaste puerto en tu propia casa después de conseguir una feliz navegación! Y no adviertes la cantidad de otros males que te igualarán a tus hijos. Después de esto, ultraja a Creonte y a mi palabra. Pues ningún mortal será aniquilado nunca de peor forma que tú" (412 ss). Tremendas palabras que revuelven el pozo ciego y turbio de la genealogía: un parentesco infausto que abre una herida purulenta en el cuerpo de Edipo. Si todo hijo es un prometido, la desgracia que acaba de arrojar Tiresias sobre el escenario trágico desvanece toda esperanza eudemonística.
¿Se puede ser más contundente? ¿Se puede hablar con más claridad? Tú eres ese quién que andas buscando, Edipo: un ser abocado a ser nadie a poco que indaguemos. Pero Edipo pelea, no se da por enterado, pues todavía anda buscando: "¿qué mortal me dio el ser?" (437), pregunta angustiado, a lo que Tiresias responde: "Ese día [que lo descubras] te engendrará y te destruirá" (438). Tiresias se va, no sin antes remachar lo que ha venido a decir: que el hombre que se busca por asesinato está presente; que no es extranjero, sino tebano; y que será manifiesto que él mismo es, "a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de la mujer de la que nació y de la misma raza, así como asesino de su padre." (456 ss).
El primer asalto ha terminado con la expresión contundente de la confusión de los orígenes de Edipo por parte de Tiresias: doble falta: crimen e incesto. El Coro de ancianos vaticina la muerte del culpable y se resiste a aceptar la acusación, no probada sobre su rey: Porque, un día, llegó contra él, visible, la alada doncella y quedó claro, en la prueba, que era sabio y amigo para la ciudad. Por ello, en mi corazón nunca será culpable de maldad. (509 ss)
En esta representación indagatoria de la verdad Creonte se defiende de la acusación de conspiración contra Edipo. Lucha de linajes. Edipo lo acusa de querer usurpar su soberanía y le cuestiona la legitimidad de sus actos, señalándole que buscar la soberanía sin el apoyo del pueblo, de los amigos y de las riquezas es una locura. Creonte se defiende señalándole lo cómodo que es gozar del poder que tiene por el solo hecho de ser familia de Edipo, sin estar sometido a precio alguno. Ante la obstinación de Edipo Creonte se aleja de la escena no sin avisarle de que se va pero "sin que me hayas entendido" (678).
Yocasta media en la disputa pretendiendo rebajar la tensión familiar. Pregunta a Edipo a qué se debe y éste le confiesa lo que sostiene Creonte: "que yo soy el asesino de Layo." (703) Yocasta lo quiere tranquilizar contándole la novela familiar:
"Una vez le llegó a Layo un oráculo -no diré que del propio Febo, sino de sus servidores- que decía que tendría el destino de morir a manos del hijo que naciera de mí y de él. Sin ambargo, a él, al menos según el rumor, unos bandoleros extranjeros le mataron en una encrucijada de tres caminos. Por otra parte, no habían pasado tres días desde el nacimiento del niño cuando Layo, después de atarle juntas las articulaciones de los pies, le arrojó, por la acción de otros, a un monte infranqueable.
Por tanto, Apolo ni cumplió el que éste llegara a ser asesino de su padre ni que Layo sufriera a manos de su hijo la desgracia que él temía. Afirmo que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú para nada te preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna utilidad, él en persona lo da a conocer sin rodeos." (712-25)
Interiormente Edipo queda espantado. A medida que el relato avanza va quedando ensartado a una historia homicida que no hubiera querido. En este momento de la pieza se sabe asesino de Layo, aunque no lo identifica como su padre, que sigue creyendo que es Pólibo. Lo que no tiene presente Edipo es el parlamento de Yocasta cuando le cuenta la novela familiar, en donde se dice que el oráculo vaticinó que Layo moriría a manos de su hijo. Zozobrado, Edipo sólo tiene claro a estas alturas que es el asesino del anterior rey. Para terminar de saber la verdad hace falta el testigo, pues si como corrió el rumor fueron varios los que atacaron al rey entonces Edipo no es un asesino. Y además, Yocasta le refuerza en la esperanza al expresarle que el asesino de Layo tendría que ser hijo suyo y, como aquel que tuvo sucumbió en el Citerón, entonces Edipo queda salvado. Dos condiciones, pues, deben darse para que la historia case: que el rey haya sido matado por un solo hombre y que ese hombre sea hijo de Yocasta. Así que el testigo se hace imprescindible para averiguar la verdad. '¡Que venga!'.
El Mensajero llega desde Corinto, la tierra nutricia de Edipo, para anunciar la muerte de su padre Pólibo y por tanto la consecuente designación de rey por sus súbditos. El palacio pasa al heredero. Entérate bien, Edipo, que tu padre ha muerto, no por mano de nadie sino por la enfermedad. Un respiro, por fin, para Edipo, pues el Mensajero aparta el horror del parricidio. Los oráculos no tienen ya ningún valor. La muerte del padre como liberación de la amenaza de muerte que pendía sobre Edipo. No obstante y puesto que su madre, Mérope, sigue viva, aún le queda a Edipo el temor al lecho de su madre. Yocasta, atenta a la angustia de su marido, le aconseja relajarse, puesto que frente a los imperativos de la fortuna el ser humano se encuentra inerme, y entonces lo más seguro es vivir al azar y como uno pueda, y además, por qué sentir temor ante el matrimonio con la madre, "pues muchos son los mortales que antes se unieron también a su madre en sueños" (983). 'Despreocúpate ya, Edipo', parece decirle.
Pero Edipo no se despreocupa y sigue rumiando los temerosos ecos oraculares. Rumia su desgracia, pues desde que se la anunciaron no la ha dejado de tener presente, sólo que las condiciones favorables de su existencia la fueron borrando poco a poco hasta desaparecer. Pero el poder oracular ha retornado con tanta insistencia que los consejos de Yocasta no lo terminan de dejar tranquilo. El Mensajero se une también a la plática tranquilizadora y al terciar en este "empeño liberador" para rebajar la ansiedad de Edipo, le espeta que no tema cometer acto impuro con su madre Mérope porque no es de su linaje. Un bombazo, ¡claro!: "¿Cómo dices? ¿Que no me engendró Pólibo?, pregunta el angustiado Edipo" (1017) ['¿Quién coño es mi padre?', suele decirse también. (¡Curiosa expresión que emparenta coño/padre, pretendiendo enturbiar el nombre del padre!)].
¿De quién soy? "¿En virtud de qué me llamaba hijo?"(1021). La identidad se tambalea al no encontrar un asidero de pertenencia. La pulsión de identidad ¿quién soy? se pretende desvelar resolviendo el enigma de la pertenencia: ¿de quién soy? De este modo las genealogías ensartan al individuo. La identidad se juega, ¿cómo no?, en el abrazo al árbol genealógio, símbolo vegetal de la multiplicación humana. Pero la genealogía de Edipo es una genealogía no clara, turbia o enturbiada, zurda y coja. Es curioso que las raíces etimológicas denoten flaqueza de las extremidades inferiores, es decir, las que nos sostienen: Lábdaco, patizambo; Layo, zurdo; Edipo, pié hinchado (cojo, renco). Y ciertamente, Edipo se tambalea, queda sin asiento, pues aquellos que tenía por padres no son. ¿Quiénes son? ¿De quién soy? Lo que le cuenta el Mensajero, que es el mismo pastor montaraz que recogió a Edipo niño, es que lo recogió de otro pastor servidor de Layo, el rey que gobernó Tebas en otro tiempo. La presencia del siervo de Layo se hace imprescindible. '¡Que venga!'
Interludio. ¿Por qué no nos aclara Yocasta el misterio, puesto que está en escena? Pero Yocasta ya se ha dado cuenta de todo y más bien lo que quisiera es no hablar. De algunas cosas mejor es no saberlas, no removerlas, puesto que no sirven para nada o de servir, no pueden traer más que miserias. De tal forma que le recomienda a Edipo que no haga ningún caso ni quiera recordar inútilmente lo que ha dicho el pastor corintio. Pero Edipo está resuelto a descubrir su origen (de quién es, quiénes son sus padres). "¡No por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo investigues. Es bastante que yo esté angustiada", insiste Yocasta (1059 ss.) Pero Edipo cree que Yocasta quiere callar para ocultarle su linaje esclavo y, orgulloso, insiste y se empeña en seguir adelante averiguándolo. Pero ya desarmada Yocasta se retira al palacio no sin antes exclamar: "¡Oh desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!" (1069). Porque lo se yo, me espanto. Que tú no lo sepas. Yocasta quiere apartar el dolor de Edipo, pero se da cuenta de que es imposible. Abatida se retira a la muerte llamándolo "desdichado".
El último testigo. El viejo servidor de la casa de los labdácidas confirma la realidad oracular al atestiguar que Yocasta le entregó a Edipo para que lo matara en el Citerón por temor a funestos oráculos: evitando así que de mayor matara a su padre Layo: "¡Ay, ay!, se lamenta Edipo. Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!" (1183 ss.). Edipo caído. Edipo inoportuno y descolocado. Pero si Edipo ha nacido de los que no debía este error es imputable a la fortuna (o mala fortuna) ancestral. Aquí Edipo se lamenta por una culpa que no cometió, pero formaba parte del medio que las manchas de los padres se pasaban a los hijos y, bien es verdad que determinadas taras genéticas son observables inmediatamente en abuelos, padres e hijos. Así, la estirpe de Edipo es una estirpe manchada o sobre la que pesaba una antigua maldición. A partir de aquí todo es posible. Que Edipo concentre el "doble crimen", parricidio e incesto, es una mutación notable en la mancha familiar. Ahora la mancha se volvió más densa y oscura, tanto como para representar una estirpe a extinguir, como así sucede en las leyendas trágicas, en las que termina desapareciendo la casa de los labdácidas en Antígona [Ismene queda viva, pero sin luz). Para la politeia ateniense ¿eran legítimos todos los linajes?...
Finale. "¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza". Edipo desgraciado. La divina Yocasta se ha colgado y Edipo se vacía la cuenca de sus ojos con los dorados broches del vestido de su madre y esposa. En su dolor, según nos narra el Mensajero, Yocasta deplora el lecho donde había engendrado una doble descendencia: "un esposo de un esposo y unos hijos de hijos" (1250). El incesto permitiría a la mujer crear dos linajes: de machos adultos (padre) y de machos jóvenes (hijos). Convertir a los machos adultos en padres y a los jóvenes en hijos es lo que logra la institucionalización de la legitimidad. Precisamente lo que es legítimo es lo que responde a las reglas. Los hijos de la ciudad son de los padres de la ciudad. Que lo que sucede en el cielo es lo que sucede en la tierra, es lo que sucede en la ciudad y en la familia, en lo público y en lo privado. El tabú del incesto como regla de legitimidad. Edipo es ilegítimo en el orden doméstico como incestuoso, es decir, como linaje imposible; y en el orden político también es ilegítimo como criminal y, por tanto, ciudadano imposible. Los jóvenes, para suceder el poder deben ensartarse en el linaje del padre haciéndose hijos: deberán abstenerse de tener tratos con su madre sin su consentimiento y en el orden político deberán abstenerse de tener tratos con otros que no sean los 'padres de la patria'. Naturalmente, los hijos una y otra vez intentarán romper y ser infieles a este dispositivo que los ensarta a la obediencia y sujeción. Pero todo aquel que así lo haga debe saber de los padecimientos de Edipo, pues llegado el caso puede ser utilizado como chivo expiatorio para saldar deudas: es decir, tapar vergüenzas.
Precisamente, Edipo es una figura sobre la que podemos concentrar una gran cantidad de vergüenzas privadas y públicas. Edipo es, finalmente, alguien al que se puede proscribir. En todo caso, el "complejo de Edipo" sería más bien el de aquel obsesionado con la separatividad, con el quedar fuera de lugar y tiempo. En el caso de Edipo, la obsesión vendría motivada por evitar ser a toda costa aquello que le han augurado que llegaría a ser. Esta obsesión es el auténtico complejo de Edipo: que no seas esto o lo otro. Con tanta intensidad fue huyendo Edipo de sí mismo que precipitó su ser hacia aquello que no quería.
Todo criminal e incestuoso debe quedar fuera de la ciudad y de la familia o someterse a la ley. En su doble vertiente la falta de Edipo es la del hijo o los hijos, pues tanto el crimen, parricidio, como el incesto, con la madre, son faltas de hijos. Castigándolas los adultos se reserven un enorme poder.
¿Qué culpa tiene Edipo de todo esto? Ninguna, pero este no es el problema. A Edipo no se le juzga en sentido estricto, más bien aparece juzgado ya en sus propias acciones, en cuanto que estas acciones son indiscutidas. No hay una reflexión sobre la legitimidad de sus acciones, sino que las acciones son en sí ilegítimas, imposibles, que no se pueden hacer. Esto no se cuestiona. Todo el mundo lo sabe. Edipo, en cuanto ejecutor lo es de acciones culpables, vergonzosas, pero sin saberlo. No se juzga tanto a Edipo como lo que hace. Evidentemente hubiera sido un crimen imperdonable haber matado a Edipo, pues después de todo, Edipo es el producto de las normas, del dispositivo de legitimidad que expulsa fuera de la comunidad a todo aquel que lo incumpla. De la misma forma que toda acción deplorable sustantiva al que la comete, toda acción legítima dignifica (sustantiva: digno de los suyos, propio) al que la hace. Edipo es producido por sus actos. ¿Dónde está su voluntad? ¿Cuándo aparece que Edipo quiera ser criminal o incestuoso? Edipo llega a serlo. Pero Edipo llega a serlo por imperativo de un código que no conoce o no tiene presente en el momento de actuar. Es más, si se piensa, él actúa contra el código que le impone el oráculo. Tan obsesivamente quiere evitarse como figura del oráculo que en su huída precipita el cumplimiento de su profecía. Profecía autocumplida, paradoja práctica: todo aquel que obsesivamente se pregunte ¿quién soy? ¿de quien soy? puede encontrarse la respuesta nadie, de nadie. Aquel en el que esta exageración se haga carne se convierte en presa segura. Después de todo, como expresó Octavio Paz, ser uno mismo es condenarse a la mutilación, "pues el hombre es apetito perpetuo de ser otro". Quien se ofusca, se pierde a sí mismo, dice el Tao.
Edipo habita la frontera. La norma del tabú del incesto saja el lazo "natural" madre-hijo, sobreponiéndose el genitor varón como padre, y establece que los hijos son del padre. ¿Cómo se saja esta relación "natural"? Como se saja siempre, cortando, si fuera necesario, el cuello de la víctima. Edipo es la prenda disputada en la familia, ritualmente sacrificada en aras de la reproducción de un orden (de la Ciudad) al establecer la legitimidad de las normas de los mayores. Después de temer a los dioses, el honrar a los padres era el segundo deber de los griegos. Dodds señala que el peculiar horror con que éstos veían los delitos contra el padre y las peculiares sanciones religiosas a las que se creía que se exponía el infractor, sugieren fuertes represiones, y cuenta que al surgir el movimiento sofístico, el conflicto jóvenes/adultos se hizo plenamente consciente en muchas familias: "los jóvenes empezaron a pretender que tenían un 'derecho natural' a desobedecer a sus padres. Pero es lógico conjeturar que tales conflictos existían ya, en el nivel inconsciente, desde una época mucho más temprana -que, en realidad, se retrotraen a los primeros movimientos inconfesados de individualismo en una sociedad en que todavía se daba por supuesta universalmente la solidaridad de la familia-" (pp., 56 s.). Desde Edipo el individuo queda acomodado en la ley de los mayores, ley del padre y de la ciudad que castiga inexorablemente el pecado capital de la afirmación del yo. Toda la evolución de la Grecia arcaica hasta la clásica consistió en formular la antigua ley del padre que decía 'tú harás esto porque yo te lo mando' en 'tú harás esto porque esto es lo que se debe hacer'. Para purgarnos tenemos desde entonces a Edipo.
REFERENCIAS
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